El temor de Niemöller se esfumó y el poder de aquel versículo lo sostuvo durante su juicio y sus años de estadía en los campos nazi de concentración.
Martin Niemöller nació el 14 de enero de 1892 en Lippstadt, Alemania. Después de prestar sus servicios como comandante de submarinos durante la Primera Guerra Mundial, estudió Teología y fue ordenado al ministerio en 1924.
En 1934, Hitler trajo a Niemöller y a otros líderes religiosos de Alemania a su oficina de Berlín para insultarlos por no apoyar suficientemente sus programas. Martin le explicó que a él sólo le interesaba el bienestar de la iglesia y el pueblo alemán. Hitler lo conminó: “Usted limítese a la iglesia. Yo me ocuparé del pueblo alemán”.
Hacia el fin de la reunión, el pastor Niemöller disparó su último comentario: “Usted dijo que usted se ocuparía del pueblo alemán, pero nosotros también, como cristianos y funcionarios de la iglesia, tenemos una responsabilidad hacia el pueblo. Esa responsabilidad nos fue confiada por Dios, y ni usted ni ninguna otra persona en este mundo tienen el poder de quitárnosla”.
Hitler lo escuchó en silencio, pero esa noche la Gestapo invadió su oficina y pocos días después una bomba explotó en su iglesia. Durante los años subsiguientes, fue vigilado constantemente por la policía secreta, y en 1937 fue arrestado y puesto en una celda de aislamiento.
Casi un año después, Niemöller fue llevado a juicio. En la mañana del 7 de febrero de 1938, un guardia uniformado escoltó al ministro desde su celda y a través de una serie de pasadizos subterráneos hasta la sala de juicios. Mientras caminaba, el prisionero se preguntaba qué le sucedería a él y a su familia, y qué torturas les aguardaban a todos.
El rostro del guardia no mostraba expresión alguna, pero al ascender las últimas escaleras, a Niemöller le pareció escuchar un susurro. Al principio no supo de dónde provenía, pero luego advirtió que el soldado le estaba musitando al oído las palabras de Proverbios 18:10: “Torre fuerte es el nombre de Jehová; a él correrá el justo, y será levantado”.
El temor de Niemöller se esfumó y el poder de aquel versículo lo sostuvo durante su juicio y sus años de estadía en los campos nazi de concentración.
Vengamos al presente. Hoy también nos toca enfrentar desafíos que a menudo parecen invencibles. Nos asaltan las enfermedades, los desencuentros familiares, los problemas laborales, la angustia de la muerte de un ser querido, la incertidumbre de un futuro amenazador. En medio de todo esto recordemos que tenemos un Dios dispuesto a socorrernos. Como en el caso de Niemöller, quizá no seamos librados de la prueba, pero ciertamente recibiremos las fuerzas para soportarla.
Miguel A. Valdivia es director de El Centinela.