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En estos días navideños viene a nuestra mente el escenario de Belén. Allí, en un establo, nació Jesús. Un cuadro de conmovedora belleza. ¿Pero dónde descansa esa belleza?

Aquel establo de Belén no era el alegre y prolijo pesebre que los pintores cristianos han imaginado para el Hijo de David, avergonzados, como dice Giovanni Papini, de que su Dios hubiera estado acostado en la miseria y entre la suciedad de los animales. El establo de los tiempos de Jesús era la casa de las bestias: cuatro paredes toscas, un piso de tierra, un techo de tirantes relleno de paja. Un lugar oscuro, sucio y hediondo que, como todo establo, tenía un “pesebre”, un cajón donde comían los animales.

En esta Tierra nació una noche Jesús, sin más arma que su inocencia. Y su nacimiento fue una especie de grito contra la bestialidad humana. El Niño nació para ser el Hijo del Hombre que vino a buscar a los que se habían perdido, y los animales terminaron recibiéndolo: el becerro, el asno, el buey. Animales con historia: El pueblo de Israel, perdido de aquel Dios que lo liberó de Egipto, obligó a Aarón a que le hiciera un becerro de oro para que lo adorasen (ver Éxodo 31). En Grecia, el buey estaba consagrado a Ares, a Dionisio, a Apolo Hiperbóreo. La burra de Balaam había salvado, con sus palabras, al profeta (ver Números 22). Oroz, rey de Persia, colocó un asno en el templo de Ftah y lo hizo adorar.* Hasta entonces, reyes y pueblos se habían inclinado ante los becerros, los bueyes y los asnos. Las bestias tienen un significado en la Biblia: Representan la animalidad del hombre, su condición trágica, de ser terrenal, finito y mortal. En el Apocalipsis simbolizan el mal.

Con el Niño terminó la devoción a la bestia, la debilidad de Aarón. Montado sobre un asno, Jesús entró en la ciudad de la muerte para la última Pascua. Entró victorioso. También esto es todo un símbolo: El Niño que nació entre animales se convirtió en el Hijo del Hombre que venció a la bestia, humanizando al hombre y señalándole un destino eterno. Puso futuro en su mirada, esperanza en su corazón. Es un cuadro de permanente y esperanzadora belleza.


* Giovanni Papini, “Nacimiento de Cristo”, Historia de Cristo.

El Niño en el establo

por Ricardo Bentancur
  
Tomado de El Centinela®
de Diciembre 2015