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Cuando, en 1914, comenzó la Primera Guerra Mundial, se les dijo a los soldados de ambos frentes que estarían en casa celebrando la victoria la víspera de Navidad, pero la guerra se alargó durante cuatro años. En ese tiempo, 8.500.000 hombres habían perecido, y cientos de miles estaban muriendo a causa de sus heridas. “La guerra que iba a acabar con todas las guerras” se había tornado en una horrenda carnicería. Pero un evento insólito en la historia militar ocurrió en el frente occidental en 1914, la víspera de Navidad.

En la noche del 24 de diciembre, el clima había cambiado bruscamente; el agua y el lodo de las trincheras estaban congelados. En el lado alemán, los soldados empezaron a encender velas. Los centinelas británicos informaron a sus comandantes que las pequeñas luces parecían estar montadas sobre postes o sobre las bayonetas. Aunque estas lámparas iluminaban a las tropas alemanas y las hacían vulnerables a los disparos, los británicos no atacaron.

Sorprendidos, los oficiales británicos veían a través de sus binoculares que algunas tropas enemigas cargaban sobre sus cabezas árboles de Navidad con velas encendidas sobre las ramas. El mensaje era claro: los alemanes estaban ofreciendo saludos festivos a sus enemigos.

En seguida, los británicos empezaron a escuchar una canción navideña cantada por unos cuantos soldados alemanes. Al poco rato, la canción estaba siendo entonada por todo el frente alemán. Las palabras que se escuchaban eran estas: “¡Stille Nacht! ¡Heilige Nacht!”. Las tropas británicas reconocieron la melodía de “Noche de Paz”, y empezaron a cantarla en inglés, junto con los alemanes.

El canto neutralizó todas las hostilidades.

De uno en uno, los soldados británicos y alemanes dejaron sus armas y caminaron hacia territorio neutral. Había tantos soldados de ambos bandos que los oficiales no se opusieron.

Había surgido una paz y una tregua no declarada.*

La paz con Dios

La fascinación del cántico “Noche de paz” se debe a que repite la oferta de paz que los ángeles hicieron al hombre desde las colinas de Belén: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz!” (S. Lucas 2:14).

No se trata de la paz social ni política que unos hombres les prometen a otros. Se trata de la paz de Cristo, la que resulta de la reconciliación de los hombres con Dios. Al hablar con sus discípulos, Jesús enfatizó que su paz no era la de los hombres, que se apoya en la represión o en la amenaza de las armas. Por eso dijo: “Mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da” (S. Juan 14:27).

“Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”, escribió el apóstol Pablo en Romanos 5:1. Al ser reconciliados con Dios, tenemos paz. Cuando entregamos nuestra vida a Jesús, el primer regalo que él nos da es la paz. Aquella paz que gozaban nuestros primeros padres en el Jardín del Edén se quebró a causa del pecado. Y el primer síntoma de aquel quebranto fue el miedo. Adán y Eva, luego de la caída, experimentaron la fuerza destructiva del miedo, que es lo opuesto a la paz. El miedo te paraliza, arruina tu vida, erosiona tus fuerzas para vivir. En cambio la paz te da vida nueva. Te da una visión diferente de las cosas. Te abre la puerta de la esperanza.

La paz que el mundo nos ofrece es ausencia de conflicto. Sin embargo, la verdadera paz que Jesús te está ofreciendo es serenidad en medio del conflicto, en medio de tus sufrimientos, en medio de tus dolores. La paz de Cristo no es una simple ausencia de problemas. Es poder en medio de las dificultades.

Es interesante que los extremos de la vida del Salvador estuvieran signados por el mensaje de la paz. En su nacimiento, los ángeles cantaron: “En la tierra paz” (S. Lucas 2:14). Y él mismo dijo en su despedida: “La paz os dejo, mi paz os doy” (S. Juan 14:27).

La promesa bíblica hoy sigue siendo la misma para ti: “Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4:7).

Si persisten el miedo y la ansiedad en tu corazón, es porque aún no has recibido la plenitud de Cristo. Recuerda que en medio de las tormentas y los conflictos, Dios está a tu lado con la oferta de una paz que solo él puede dar. Él vivió por ti. Murió por ti. Resucitó por ti. Y pronto vendrá por ti.

En esta Navidad, recibe al Niño del pesebre y al Salvador de la cruz como el Príncipe de paz. De tu propia paz. Así, cada una de tus noches será una “Noche de paz”.

*http://comuniondegracia.org/articulos/cancionquedetuvo.htm.

El regalo de la paz

por Jorge Soria
  
Tomado de El Centinela®
de Diciembre 2013