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¿Puede el ser humano siempre calcular con exactitud las consecuencias de sus acciones ambiciosas? Mi teléfono celular sonó y advertí que era mi esposa. Por un momento, no pude entender bien sus gritos de desesperación. ¡Luego capté que me intentaba decir que una serpiente se había metido en el garaje de la casa! ¡Tenía que llegar a casa inmediatamente!

Posteriormente, después de casi una hora de esfuerzos, entre gritos incontrolables, pude extraer al reptil imprudente de su escondite ilícito. Pero, ¿cómo llegó allí? Sucede que vivimos en un cerro que previamente fue el hogar de muchos animales silvestres. Esto era antes de la invasión del hombre y su desarrollo de los bienes raíces. Frecuentemente vemos y escuchamos a los coyotes y a otros animales que parecen lamentar el desplazamiento que el hombre les ha causado. Lo cierto es que las acciones ambiciosas del ser humano han tenido consecuencias incalculables.

El ser humano ha explorado la tierra, la mar y el espacio. Aunque Dios lo puso como mayordomo de su creación (Génesis 1:27, 28), la historia nos hace recordar que somos falibles en nuestros cálculos y que, a veces, nuestros errores humanos causan enormes desastres.

Recientemente, hubo un derrame de petróleo en el Golfo de México. Ha sido la catástrofe petrolera de mayor magnitud en la historia de los Estados Unidos de América. En la mañana del día 20 de abril de 2010 hubo una explosión en la plataforma petrolera, Deepwater Horizon, que provocó el derrame del crudo en el golfo. Indiscutiblemente, el derrame causado por la explosión fue mucho mayor que el del barco petrolero Exxon Valdez, en las costas de Alaska en 1989.

En gran parte, la explosión fue atribuida al fallo de un conjunto de válvulas inmensas colocado en la base del pozo petrolero; su función era la de prevenir un reventón. Según la investigación del congreso estadounidense, este aparato padecía de una filtración hidráulica y tenía una batería muerta.1 Consecuentemente, aumentó la presión del gas metano en el pozo y subió con tremenda velocidad por la columna de perforación de la plataforma petrolera. Cuando llegó a la superficie, se expandió y causó la explosión que posteriormente hundiría la plataforma.2

El diario The Washington Post informó el 2 de agosto de 2010 que el pozo inicialmente vertía 2.604.000 galones (9,857 metros cúbicos) de petróleo por día.3 Se estimó que la fuga de petróleo llegaría a las costas de los Estados de Luisiana, Mississippi, Alabama y Florida. La fauna y la flora marina fueron afectadas grandemente. Según informó el Servicio de Pesca y Vida Silvestre de los Estados Unidos, el 5 de julio de 2010 ya se habían recogido 3.613 animales muertos, incluyendo 3.054 pájaros, 494 tortugas de mar, 64 delfines y otros mamíferos.4 Una de las mayores preocupaciones era el peligro que esta situación representaba para el atún de aleta azul y el pelícano pardo, ya que ambas especias están en peligro de extinción. El petróleo alcanzó a algunos pelícanos pardos y puso en dificultad sus movimientos, esto ha requerido que se los limpie uno por uno.

Algunos científicos especulan que la marea negra podría alterar el balance químico del mar. Por ejemplo, podría causar el agotamiento de oxígeno y contribuir a la formación de benceno y otros compuestos tóxicos.

Además de ser la mayor catástrofe ecológica de los años recientes, el derrame del Golfo también ha perjudicado los negocios de la pesca y el turismo en los Estados afectados. Inclusive, el Departamento de Salud y Hospitales de Luisiana informó el 14 de junio de 2010 que, hasta la fecha, 109 personas habían sido tratadas en hospitales a consecuencia del derrame.5

¿Cómo hemos llegado a esta situación?

El hombre no siempre estuvo en conflicto con la naturaleza. Según la Biblia, la creación original era perfecta: “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (Génesis 1:31). Nuestros primeros padres, Adán y Eva, cometieron pecado al desobedecer la ley de Dios, pues la Biblia dice que “aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley” (1 Juan 3:4).

Desde que nuestros primeros padres pecaron, todos somos pecadores. Las consecuencias del pecado son el sufrimiento y la muerte. El mundo en que nos toca vivir nos presenta desafíos y luchas constantes. Usted y yo sufrimos de enfermedades físicas y mentales.

Conozco a una joven que tiene una enfermedad crónica del sistema nervioso simpático y sufre constantemente de dolores intolerables. Se han documentado casos de pacientes de esta enfermedad que se desmayan como una defensa natural para escapar del dolor. Recientemente, supe de otra joven de veintitrés años de edad que se suicidó cuando ya no pudo soportar los problemas y el caos en su vida. En medio de todo este desorden causado por el pecado, Dios no nos ha dejado sin esperanza. Aunque “la paga del pecado es muerte”… (Romanos 6:23), la última parte del mismo versículo nos asegura que “la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro”.

La misericordia de Dios incluso se muestra en el contexto lúgubre de las consecuencias del pecado. Una famosa escritora cristiana señaló: “En la naturaleza misma hay mensajes de esperanza y consuelo. Hay flores en los cardos, y las espinas están cubiertas de rosas”.6

La respuesta humana a los desastres ecológicos

Ahora bien, volvamos a la catástrofe de la fuga de petróleo y consideremos la respuesta humana. La compañía propietaria del pozo petrolero es British Petroleum (BP). Se alega que BP ha sido negligente en varios aspectos de este desastre. Se experimentó con varios métodos para resolver el problema y detener la fuga: el uso de vehículos subacuáticos de control remoto, la inyección de lodo y cemento, una caja gigantesca de acero y cemento, el rociamiento de químicos disolventes sobre el petróleo, la quema de combustible en el mar y la perforación de un pozo de alivio. Hasta comienzos de agosto de 2010, todavía no se había logrado una solución permanente al desastre.

Algunos se preguntarán: “¿Y dónde está Dios en todo esto?” Saquemos algunas lecciones objetivas de este desastre. Se me ocurre que el petróleo, por sus efectos cuando entra en contacto con un organismo vivo, podría compararse con el pecado y sus efectos. El pecado también nos ensucia y nos mancha. La Biblia dice: “He aquí en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre” (Salmos 51:5). Satanás desea desanimarnos; él desea mantenernos subyugados; él desea sofocarnos y quitar nuestra libertad; él desea destruirnos. Al igual que los pelícanos que fueron afectados por el derrame, el pecado nos quita nuestra libertad de movimiento. Si permanecemos en pecado, nuestro destino sería la muerte segura. La única manera de librarnos de este problema es por la intervención de una fuerza exterior.

Pero el “petróleo” también puede recordarnos algo totalmente diferente. La palabra “petróleo” viene del latín: petra (roca) y oleum (aceite). Significa literalmente “aceite de la roca”. Permítame hacer una conexión atrevida. Como creyentes, hemos aprendido que nuestra Roca inquebrantable es nuestro Dios, Jesucristo. Podemos confiar en él no importa lo que pasa en nuestro alrededor. “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones” (Salmos 46:1). En el santuario hebreo, el aceite era símbolo del Espíritu Santo. El Espíritu Santo nos fue prometido como nuestro Consolador y guía (ver Juan 16:7-13).

Así que el petróleo también nos recuerda que tenemos esperanza en Cristo Jesús. “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9). ¡Gloria sea a Dios!

El plan permanente de Dios es restaurarnos y darnos una existencia mejor. La solución radical de Dios para todas las catástrofes de la tierra es crear un cielo nuevo y una tierra nueva. “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más” (Apocalipsis 21:1). Mientras tanto, hemos de aceptar el sacrificio de Jesús y caminar con él cada día.

Años atrás, le enseñaba a mi hija mayor a montar bicicleta. Fielmente iba al lado de ella con una mano en el manubrio y otra detrás del asiento. Ella confiaba en mí y disfrutaba bastante de la actividad. Después de varias semanas, advertí que la muchachita ya sabía montar muy bien la bicicleta. Así que un día le dije: “Melissa, creo que tú ya puedes montar sola tu bicicleta”. ¡Se puso histérica! Me rogó: “Por favorcito, no me dejes sola. Quiero que estés a mi lado y que me aguantes”. No tuve más remedio que complacerla. Pero, mientras iba con ella, quité mi mano del manubrio, pero mantuve la otra mano en el asiento. De momento, solté el asiento y ella siguió bien. Recorrió sola una distancia respetable hasta que le grité: “¡Muy bien Melissa, montas muy bien!” ¡Inmediatamente se cayó! El solo pensar que iba sola la llenó de terror.

En nuestro caminar diario, hemos de movernos asidos siempre de la mano de Jesús. En todo desastre, catástrofe o problema personal, vayamos siempre tomados de la mano de Jesús. Cuando parezca que no podemos más con nuestros “desastres”, recordemos las palabras de Jesús: “Separados de mí nada podéis hacer” (S. Juan 15:5).


El autor es profesor asociado del departamento de Biología en la Universidad de La Sierra, Riverside, CA.

1Deepwater Horizon blowout preventer ‘faulty’ – Congress” (http://news.bbc.co.uk/2/hi/8679090.stm).
2Schwartz, Naoki; Weber, Harry R. (2010-05-01). “Bubble of methane triggered rig blast”. Associated Press. Southern California Public Radio. http://www.scpr.org/news/2010/05/08/bubble-methane-triggered-rig-blast/.
3Joel Achenbach and David Fahrenthold (2010-08-02). “Oil well spilled out 4.9 million barrels, new numbers reveal”.
4Collection Report(PDF). U.S. Fish and Wildlife Service. July 5, 2010. Washington Post. http://www.washingtonpost.com/wp-dyn/content/article/2010/08/02/AR2010080204695.html.
5“Louisiana DHH Releases Oil Spill-Related Exposure Information”. Louisiana Department of Health & Hospitals (DHH). 2010-06-14. http://www.dhh.louisiana.gov/offices/news.asp?ID=378&Detail=1644.
6Elena G. de White, El Camino a Cristo (Boise, Idaho: Pacific Press Publishing Association, 1988), pág. 7.

Desastre en el Golfo

por Eugene Joseph
  
Tomado de El Centinela®
de Diciembre 2010