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Hace algunos años, la Enciclopedia de Funk & Wagnalls publicó una lista de nuevas enfermedades bajo el título de “La era de la ansiedad”. Entre ellas se reportó el problema de muñecas lesionadas por participar excesivamente en juegos de vídeo. Se encontraban también algunas nuevas enfermedades de los nervios. Los metafílicos son aquellos que le buscan más sentido a la vida del que realmente tiene; los cataclónicos son felices sólo cuando pueden crear problemas; los paranoicos a la inversa se sienten mal cuando no son perseguidos, y los que sufren del síndrome de tensión pre-traumática son aquellos que se sienten ansiosos porque no les ha pasado nada malo.

Estamos indudablemente en la era de la ansiedad. Nos preocupamos por lo existente y por lo no existente. Entre las causas de la ansiedad se encuentran elementos relativamente nuevos, como la aceleración de la vida y los cambios, la dispersión de la familia y el exceso de información. Otros asuntos, como las fluctuaciones económicas y las guerras, han sido parte de la historia durante muchos siglos.

En días como hoy, las palabras maravillosas de nuestro Señor Jesucristo obran mayor significado que nunca antes. “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (S. Juan 14:27). Esta paz no es como la paz ofrecida por los seres humanos, es la paz de Jesús. Por eso los ángeles cantaron en ocasión de su primera venida, “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres! (S. Lucas 2:14). Esta es la paz que siente el que ha sido perdonado, el que ha sido justificado “por la fe” (ver Romanos 5:1). Es imposible encontrarla en otro lugar. Con todos los avances que ha logrado, la ciencia no puede medirla, ni mucho menos otorgarla.

Esta paz fortalece el alma y previene los temores y la ansiedad porque edifica nuestra resistencia interior y cambia nuestras actitudes. Pero, ¿cómo la obtenemos? En primer lugar, es un don. No es algo que podemos construir o inventar; tampoco es producto de la sugestión. Es un sentimiento real infundido por Dios al alma que cree en él. Hay tres principios importantes en las Escrituras que nos hablan de cómo tener paz:

I. CREER

Esta paz viene por la fe. La palabra griega para “creer” tiene la misma raíz que la palabra “fe”. San Juan 14:1 nos señala que la paz interior está unida a la fe. “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí”. La persona que se acerca a Dios debe hacerlo por fe, debe creer que él existe (ver Hebreos 11:6).

II. PEDIR PERDÓN

Porque se fundamenta en una relación con Dios, la obtención de la paz interior debe comenzar con un reconocimiento de nuestros pecados. No podemos tener paz si no tenemos paz con Dios. Proverbios lo dijo así: “El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia” (28:13).

III. ESTABLECER PRIORIDADES

Una de las mayores causas de ansiedad es la multiplicidad de asuntos a los cuales damos importancia. Es verdad que tenemos preocupaciones, muchas de ellas válidas, pero entre todo lo que consideramos importante, ¿qué es absoluta y esencialmente indispensable? Creo que estaremos de acuerdo en que la vida misma es lo más importante. Por supuesto, no sólo la nuestra; también la de nuestros seres queridos. ¿Qué estamos entonces haciendo para prolongarla? No por los pocos años que confiere un estilo de vida sano, sino por la eternidad.

“Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (S. Mateo 6:33). Esta es la expresión bíblica de la prioridad máxima del ser humano. Necesitamos un propósito central, una idea que domine todas las otras. Cuando Cristo sea esa idea central en tu vida, tendrás paz.


“Y en la tierra paz”

por Miguel Valdivia
  
Tomado de El Centinela®
de Diciembre 2007