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“Hoy, fui llevada por un ángel a las profundidades del infierno. Es un sitio de gran tormento; ­qué imponentemente grande y, extenso es! Las clases de torturas que vi: la primera es la privación de Dios; la segunda es el perpetuo remordimiento de conciencia; la tercera es que la condición de uno nunca cambiará; la cuarta es el fuego que penetra en el alma sin destruirla: un sufrimiento terrible, ya que es puramente espiritual, prendido por la ira de Dios. La quinta es una oscuridad continua y un olor sofocante terrible. A pesar de la oscuridad, las almas de los condenados se ven entre ellos; la sexta es la compañía constante de Satanás; la séptima es una angustia horrible, odio a Dios, palabras indecentes y blasfemia. Estos son los tormentos que sufren los condenados . . . Estoy escribiendo esto por orden de Dios, para que ninguna alma encuentre una excusa diciendo que no existe el infierno, o que nadie ha estado ahí y por lo tanto, nadie puede describirlo”.1

Esta supuesta visión del infierno la tuvo sor Faustina Kowalska, en octubre de 1936. Nacida en la humilde aldea de Glogoviec, Polonia, Santa Faustina fue canonizada por el Papa Juan Pablo II el 30 de abril del 2000, y llegó a ser conocida como la “apóstol de la divina misericordia”. Diez meses antes de su canonización, este mismo Pontífice había asumido una “dirección contraria al concepto tradicional del catolicismo sobre el infierno”, según opinó el diario El País de España. “El cielo —dijo el pontífice polaco— “no es un lugar físico entre las nubes”. El infierno tampoco es “un lugar”, sino “la situación de quien se aparta de Dios”. 2

Esta posición doctrinal del “Papa viajero”, sería cuestionada unos años más tarde por el nuevo pontífice, Joseph Ratzinger, el “Papa teólogo”, y expresidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe. El 13 de marzo de 2007, durante la celebración de su primer sínodo, ante cardenales, arzobispos y obispos de todo el mundo, el Papa hizo alusión a su segunda encíclica Spe Salvi (“salvados en esperanza”). Indicó que la había escrito porque en la Iglesia actual se habla “demasiado poco” del pecado, el paraíso y el infierno. “El infierno, del que se habla poco en este tiempo, existe y es eterno”, señaló el Papa.

Al asumir esta posición, el Papa Ratzinger contradecía a su antecesor, Juan Pablo II, poniendo así en dudas el dogma de la infalibilidad papal. Para muchos creyentes católicos surge la pregunta: ¨A cuál de los dos Papas creer?

Sin embargo, la pregunta que todo creyente sincero debería hacerse no es ponderar quien de los dos Papas dice la verdad, sino qué dice la Biblia, la verdadera e infalible Palabra de Dios. Es a esta segura norma de fe y práctica que debemos recurrir para explorar la verdad sobre todo asunto de doctrina.

¨Cuál es la evidencia bíblica?

Contrario a estas posiciones, la Biblia establece la realidad del infierno, pero indica que sus llamas se encenderán en el fin del mundo, no ahora, y ese fuego no arderá en un proceso de tormento sin fin, sino que consumirá completamente a todos aquellos que rechacen a Dios. Un examen cuidadoso de la evidencia bíblica revela lo siguiente:

El infierno no ha encendido sus llamas todavía. Es un evento futuro conectado con la segunda venida de Cristo (Apocalipsis 20:7–10, 14). Este castigo fue reservado para el diablo y sus ángeles (Mateo 25:41–43). Los que rechacen la oferta de salvación sufrirán la misma suerte de Satanás (Apocalipsis 20:15). El lenguaje del Apocalipsis describe una muerte por fuego en el contexto de la conclusión del gran conflicto entre el bien y el mal, obviamente en el futuro: “Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda” (Apocalipsis 21:8).

Los muertos descansan en los sepulcros. Tanto los malos como los buenos que han muerto están en los sepulcros, “durmiendo,” inconscientes, hasta la resurrección. (Juan 11:11–14; 1 Tesalonicenses 4:13–14; Eclesiastés 9:5, 6). La palabra hebrea “sheol” y el término griego “hades” se refieren al lugar de los muertos que están en la tumba. Si los justos no reciben su recompensa hasta que Jesús vuelva por segunda vez, tampoco los impíos se estarán quemando ahora en el infierno.

El castigo del infierno vendrá después del juicio (2 Pedro 2:9). Los impíos son reservados para “el día del juicio”. Esto significa que no están sufriendo el castigo del infierno en el tiempo presente. En la parábola del trigo y la cizaña, Cristo bosquejó la suerte de los impíos y la recompensa de los salvados (S. Mateo 13:24-30). Los impíos, representados por la cizaña, serán destruidos “en el fin de este siglo” (S. Mateo 13:40).

La paga del pecado es la muerte, no el tormento (Romanos 6:23; Santiago 1:15). La Biblia dice que los malvados sufren “la muerte” (Romanos 6:23); que Jehová “destruirá” a todos los impíos (Salmos 145:20); que el malo es preservado para el día de la “destrucción” (Job 21:30); que los impíos “perecerán” (Salmos 37:20); que serán quemados (Malaquías 4:1); que serán “todos a una destruidos” (Salmos 37:9, 38); que serán “consumidos” (Salmos 37:20); que “el fuego los consumirá” (Salmos 21:9). Nótese que todos estos pasajes hacen clara la idea de que los malos mueren y son consumidos. No existe ninguna indicación en estos textos que los impíos vivirán eternamente en un tormento de fuego.

Cuerpo y alma serán destruidos en el infierno. “El alma que pecare, esa morirá” (Ezequiel 18:4) Cristo mismo dijo que el alma y el cuerpo serían destruidos en el infierno (S. Mateo 10:28). La palabra griega “destruidos” en este texto significa “destruir por completo”. Satanás, sus ángeles y “todos los que hacen maldad serán estopa” (Malaquías 4:1); “los cuales serán ceniza” (Malaquías 4:3; Ezequiel 28:18). Según Abdías 16, “serán como si no hubieran sido”; “se disiparán como el humo” (Salmos 37:20). Serán consumidos por completo en cuerpo y alma (Apocalipsis 20:5, 9).

El fuego del infierno consume con resultados eternos. Jesús dijo: “Si tu mano te fuere ocasión de caer, córtala; mejor te es entrar en la vida manco, que teniendo dos manos ir al infierno, al fuego que no puede ser apagado, donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga” (Marcos 9:43, 44). La palabra “infierno” en estos versículos es traducida de la palabra griega gehena, que a la vez, procede del hebreo gehinnom. Es otro nombre para el valle rocoso de Hinnom , ubicado al sur de Jerusalén (Josué 15:8; 18:16). El gehena era un basurero donde se echaban los desperdicios de la ciudad, los cadáveres de animales muertos y los cuerpos de los criminales que eran ejecutados. Jesús se refirió al gehena para presentar ante sus oyentes la verdad de la destrucción total de los impíos en el juicio final. El basurero de gehena ardía casi continuamente para poder eliminar la basura y los animales muertos. Lo que no era consumido por el fuego, era dejado a los gusanos. Parecía que “los gusanos en ese lugar nunca morían porque siempre encontraban algo para comer”. A pesar de eso, la gehena no está ardiendo todavía fuera de Jerusalén y esos gusanos no eran inmortales.

El fuego que nunca se apaga. El fuego que nunca se apaga de Mateo 3:12 no puede extinguirse hasta que su obra sea hecha y todo se consuma (S. Mateo 13:40-42; Jeremías 17:27). La palabra “eterno” en Mateo 25:41 es el vocablo griego aión que significa “espacio o período de tiempo”. En Judas 7 leemos que Sodoma y Gomorra sufrieron el castigo del “fuego eterno”. La realidad es que estas ciudades no continúan siendo quemadas, fueron reducidas a cenizas (2 Pedro 2:6). Sufrieron el fuego “eterno” en el sentido de que el castigo que cayó sobre ellas tuvo consecuencias eternas.

En Jeremías 17:27 se le da la sentencia a Jerusalén: “Haré descender fuego en sus puertas, y consumirá los palacios de Jerusalén, y no se apagará”. Y 2 Crónicas 36:19-21 describe el cumplimiento de esta profecía. También podemos ver que hoy Jerusalén no sigue ardiendo. El fuego que no puede ser “apagado” no es un fuego que arda para siempre. Recientemente los bomberos de Indianápolis batallaron por varias horas con un fuego tan intenso que no podía extinguirse. Era un depósito de materiales químicos. La escena fue descrita por los medios noticiosos como un “verdadero infierno”. Finalmente, luego de varias horas, el fuego cedió por sí mismo cuando no hubo más combustible para quemar. Es a la luz de este significado de aión que también Apocalipsis 20:9, 10 debe ser interpretado. El fuego tiene consecuencias eternas, pero no arde por la eternidad.

Después del infierno vendrá lo mejor. Tan pronto el fuego haga su obra purificadora, el universo entero quedará libre de los estragos del pecado. La tribulación no se levantará dos veces (Nahum 1:9). El dolor, la angustia y la muerte desaparecerán para siempre (Apocalipsis 21:4). Dios creará nuevos cielos y nueva tierra (2 Pedro 3:2, 7, 10-13; Apocalipsis 21:1). “El fuego que consume a los impíos purifica la tierra. Desaparece todo rastro de la maldición. Ningún infierno que arda eternamente recordará a los redimidos las terribles consecuencias del pecado”.4

¨Tortura Dios a sus hijos?

Esta falacia del tormento eterno ha sido orquestada por Satanás con el propósito de que los hombres rechacen a Dios. Es una idea monstruosa pensar que Dios es más sanguinario que Adolfo Hitler, quien ejecutó a sus enemigos de una vez y para siempre en los crematorios de Auschwitz. La perspectiva de que Dios atormentará a los malvados sádicamente por toda la eternidad contradice la revelación que la Biblia presenta del Dios amante que en el Calvario entregó a su Hijo para salvarnos.

El que Dios sea amor (1 Juan 4:8), no lo exime de ejercer su justicia con los impenitentes en el juicio final. Pero la aniquilación de los malvados no ha de verse como un acto vengativo de Dios; su propósito es salvar a los hombres, no destruirlos (S. Juan 3:16; S. Lucas 9:56). La obra de destruir a los impíos en el infierno es una obra tan extraña a la naturaleza de Dios que la Biblia la llama su “extraña obra” (Isaías 28:21). Dios la hace con lágrimas de compasión.

Apreciado amigo, Dios te ama de tal manera como para darte el libre albedrío de la elección: “Os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas” (Deuteronomio 30:19). De ahí los dos destinos presentados en Romanos 6:23. Recuerda que, “el que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1 Juan 5:12). ­Líbrate del infierno futuro aferrándote hoy a Jesús!

1http://www.corazones.org/santos/faustina.htm
2http://www.ikerjimenez.com/noticias/infierno/index.htm
3The Inside Report, mayo 2000, p. 4.
4Elena G. de White, El conflicto de los siglos, p. 732.


El autor es dirigente de las iglesias adventistas hispanas en el Estado de Indiana. Tiene un doctorado en Ministerio de la Universidad andrews.

¿Tortura Dios a los pecadores?

por Antonio Rosario
  
Tomado de El Centinela®
de Octubre 2008