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En marzo de 2020, la Organización Mundial de la Salud reconoció el COVID-19 como una pandemia. Desde su epicentro en Wuhan, China, el reciente brote de coronavirus está generando pánico e interrumpiendo los viajes y el comercio en todo el mundo. En este momento cuando estoy escribiendo este artículo, a fines de abril, más de 200 mil personas han muerto en el mundo y tres millones han sido infectadas. En la ciudad de New York, donde he vivido durante los últimos trece años, más de 153 mil personas se han infectado y más de quince mil personas han muerto.

Nunca habíamos experimentado un confinamiento planetario, el cierre de fronteras, la prohibición de viajes, la falta de servicios a excepción de los esenciales, la prohibición de reuniones deportivas masivas ni el temor que se respira en medio de poblaciones silenciosas. La velocidad con la que se esta expandiendo la pandemia trae una presión enorme sobre los sistemas nacionales de salud, y la producción de los recursos necesarios se ha incrementado como nunca.

Ante esta terrible realidad nos preguntamos: ¿Cuál debe ser nuestra respuesta como creyentes en medio de la crisis del coronavirus? ¿Cómo manejamos la ansiedad y el temor en medio de la incertidumbre?

Aprendamos de la historia del cristianismo

En los años 249 a 262 d.C., la civilización occidental fue devastada por una de las más mortales pandemias de la historia. Aunque la causa exacta de la plaga es incierta, se dijo que la ciudad de Roma perdía, en el clímax del brote, unas 5.000 personas por día. Gracias a Tascio Cecilio Cipriano, obispo y escritor de Cartago, podemos estimar que se trató de una epidemia de viruela y de influenza. En efecto, Cipriano documentó tantos detalles de esa peste que los historiadores la han registrado con el nombre del obispo en honor de su trabajo.

Los efectos de la peste en la sociedad romana fueron catastróficos, a tal punto que el mismo ejército romano sintió sus efectos y quedó diezmado. El obispo Dionisio de Alejandría, testigo de los hechos, escribió que aunque la plaga no discriminaba entre cristianos y no cristianos, “su impacto total recayó en los que no eran cristianos”. Habiendo notado la diferencia entre las respuestas de los cristianos y los no cristianos a la plaga, dice de los no cristianos en Alejandría: “Desde el mismo inicio de la enfermedad, echaron a los que sufrían de entre ellos y huyeron de sus seres más queridos, arrojándolos a los caminos antes de que fallecieran y trataron los cuerpos insepultos como basura, esperando así evitar la extensión y el contagio de la fatal enfermedad; pero haciendo lo que podían, siguieron encontrando difícil escapar”.1

Si la respuesta no cristiana a la plaga se caracterizó por la autoprotección, la autopreservación y el evitar a los enfermos a toda costa, la respuesta cristiana fue todo lo opuesto. En una descripción detallada de cómo los cristianos respondieron a la plaga, Cipriano de Cartago (210-258) escribió: “(...) los que están bien cuidan de los enfermos, los parientes atienden amorosamente a sus familiares como deberían, los amos muestran compasión a sus esclavos enfermos, los médicos no abandonan a los afligidos. Estamos aprendiendo a no temer a la muerte”.2

Dionisio de Alejandría (190-264), dice algo similar: “La mayoría de nuestros hermanos cristianos mostraron un amor y una lealtad sin límites, sin escatimarse y pensando solo en los demás. Sin temer el peligro, se hicieron cargo de los enfermos, atendiendo a todas sus necesidades y sirviéndolos en Cristo, y con ellos partieron de esta vida serenamente felices, porque se vieron infectados por otros de la enfermedad”.3

Ante la pandemia de su tiempo, la iglesia cristiana primitiva respondió con compasión. Los cristianos sirvieron de forma desinteresada no solo a sus hermanos en la fe, sino a todo el mundo. De acuerdo con Moses Y. Lee, el impacto de este servicio fue doble: “(1) el sacrificio cristiano por sus hermanos creyentes sorprendió al mundo incrédulo, cuando vieron el amor comunitario como nunca lo habían visto, y (2) el sacrificio de los cristianos por los no cristianos resultó en un crecimiento exponencial de la iglesia primitiva a medida que los sobrevivientes no cristianos, que se beneficiaron del cuidado de sus vecinos cristianos, se convirtieron a la fe en masa”.4

La historia nos enseña. Aprendamos de ella.

La respuesta de la iglesia al coronavirus

A medida que continuemos luchando con la forma de responder al coronavirus, el ejemplo de la iglesia cristiana primitiva nos proporciona varias acciones a seguir:

  1. Hemos de responder con fe. Como creyentes en Cristo, hemos de resistir el miedo que está llevando al pánico en varios sectores de la sociedad; en su lugar podemos modelar la paz y la calma en medio de la creciente ansiedad que nos rodea.
  2. Hemos de responder con responsabilidad. Es nuestra responsabilidad cristiana respetar prudentemente los consejos de profesionales médicos y las indicaciones del gobierno para ayudar a frenar la propagación de la enfermedad.
  3. Hemos de responder con compasión: Hoy más que nunca tenemos la oportunidad para amar y servir a nuestros vecinos, difundiendo la esperanza del evangelio, tanto en palabras como en hechos.

1. Citado en “Lo que los cristianos del Imperio Romano nos enseñan sobre cómo lidiar con una pandemia”, BITE, 17 marzo 2020, en https://biteproject.com/compasion-peste-roma/.

2. Ibíd.

3. Ibíd.

4. Moses Lee, “Lo que la iglesia primitiva puede enseñarnos sobre el coronavirus”, TGC, 6 abril 2020, en https://www.coalicionporelevangelio.org/articulo/lo-que-la-iglesia-primitiva-puede-ensenarnos-sobre-el-coronavirus/.

El autor es teólogo y director de los ministerios hispanos de la Iglesia Adventista del Séptimo Día de Nueva York.

La iglesia en el tiempo del coronavirus

por Yeury Ferreira
  
Tomado de El Centinela®
de Julio 2020