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Regalos, abrazos, besos y alegrías, eso queremos darles a nuestras madres en su día especial.

El Día de la Madre se celebra en casi todo el mundo. En ese día damos honor a nuestra madre por habernos traído al mundo, por sustentarnos y por enseóarnos a vivir. Y aunque en la adolescencia no aquilatemos su sabiduría, los golpes de la vida se encargarán de enseóarnos a reconocer su sapiencia y nos harán decir: “¡Cuánta razón tenía mi mamá!”. La honra a la madre fue elevada por Dios a nivel de ley; él escribió en el quinto mandamiento: “Honra a tu padre y a tu madre” (Deuteronomio 5:16).

No todos han tenido el privilegio de nacer y crecer en un hogar donde hubo armonía y Dios era el centro de la familia. En algunos casos la madre quedó sola, viuda o abandonada, y con esfuerzo y abnegación crio a sus hijos. Hay otra forma de abandono del hogar de parte del padre: la indiferencia, porque puede estar presente físicamente pero emocionalmente lejos. Entonces la madre carga con la responsabilidad.

Madres buenas y malas

La Biblia dice que algunos reyes hicieron lo malo, y que otros hicieron lo bueno delante de Dios. Pienso que la Escritura quiere darnos a entender la calidad moral de las esposas que tuvieron los reyes que engendraron esos príncipes buenos, así como la de las esposas de los que engendraron descendientes malos.

Las Sagradas Escrituras contienen también historias de madres buenas y piadosas, y de madres malas, que por la ambición del poder llegaron a corromperse, y algunas asesinaron a sus propios hijos.

¡Cuántas mujeres piadosas criaron sus hijos en los caminos del Seóor!, como la madre de David, la del rey Asa, la del rey Ezequías y muchas más; y cuántas malvadas, como Jezabel, la esposa de Acab y madre de Ocozías, y como Atalía, quien no se conformó con ser la reina madre sino que mandó asesinar a sus nietos para concentrar todo el poder. Recordemos también a Josaba, quien salvó a su sobrino Joás, el futuro rey de Israel, lo mantuvo escondido y lo crió durante seis aóos para que Atalía no lo asesinara como había hecho con sus hermanos (2 Reyes 11:1-3).

Milagros

La Biblia también registra casos especiales de maternidad. Muchas madres de personajes destacados fueron estériles, pero clamaron a Dios y él les dio hijos. Una de ellas fue Ana, la esposa de Elcana, quien rogó a Dios y concibió a Samuel, un profeta y juez virtuoso (1 Samuel 1). Otra fue Rebeca, quien después de veinte aóos de matrimonio con Isaac tuvo mellizos (Génesis 25:20-26). La mujer de Sunem fue otra dama estéril, pero el profeta Eliseo oró por ella y Dios le dio un hijo, al que luego resucitó, pues murió en el campo (2 Reyes 4:13-37). Sara, la esposa de Abraham, así como la madre de Sansón, en su vejez arrullaron bebés (Génesis 21:1-7; Jueces 13).

¡Tantas historias y tantas vidas que nos enseóan el camino de la justicia, y que modelan la transmisión de la fe!

Madres admirables

No todas las mujeres han tenido la dicha de ser madres biológicas, pero hay muchas que sin dar a luz criaron a nióos huérfanos o desamparados, les prodigaron amor y los educaron en el camino de Dios. Estos hijos “del corazón” se levantarán y llamarán “benditas” a las madres que les han prodigado amor, ternura, educación y disciplina solo por causa de su amor y dedicación.

¿Trabajar o no trabajar?

Hay madres que no trabajan fuera del hogar, se consagran solo al cuidado de su familia, y eso constituye su mayor fuente de felicidad. Otras salen a trabajar fuera del hogar, y aunque hay lenguas que murmuran porque “no están tomando el tiempo necesario para su hogar”, ellas multiplican sus esfuerzos, y en recompensa reciben la gratitud y la honra de sus hijos.

 Ser madre es la más honrosa de las profesiones.

La crianza de los hijos

Criar y educar hijos no es tarea fácil, pues los nióos no nacen con un “libro guía” para formarlos en la vida cívica y en la vida cristiana. Pero hay madres que modelan el cristianismo, y lo transmiten a sus hijos. Ellas recibirán la honra de sus hijos en la Tierra Nueva: “Cuando empiece el juicio y los libros sean abiertos. . . muchos levantarán sus coronas a la vista del universo reunido y, seóalando a sus madres, dirán: ‘Ella hizo de mi todo lo que soy mediante la gracia de Dios. . . para mi salvación eterna’ ”.1

Ser madre es la más honrosa de las profesiones. Las que aquilatan esta profesión concedida por Dios ejercen una influencia que rebasa los límites de este mundo y de esta vida. Pensar en la influencia de una buena madre es un deleite, pensar en la influencia de una mala es escalofriante: “Cuando su influencia está de parte de la verdad y la virtud, cuando la sabiduría divina guía a la madre, ¡cuánto poder ejercerá su vida en favor de Cristo! Su influencia llegará a través del tiempo hasta la eternidad. ¡Cuán solemne es pensar que las miradas, palabras y acciones de la madre darán fruto en la eternidad, y que de su influencia resultará la salvación o la ruina de muchos!”2

Pienso en María, la madre de nuestro Seóor Jesús. ¡Qué impacto sentiría cuando el ángel Gabriel se presentó ante ella y le dijo que muy pronto sería la madre del Hijo de Dios! ¿Habrá sentido miedo o regocijo ante tanta honra? Yo creo que tuvo miedo, pero su amor hacia su Dios lo sobrepasó. María era, como todas las madres, un ser humano con miedos, errores y dudas, pero con el ferviente deseo de ser “la sierva del Seóor”. “Hágase conmigo conforme a tu palabra” (S. Lucas 1:38), dijo reverente. Quizá por momentos ella tuvo muchas preguntas, pues la Biblia dice que “guardaba todas estas cosas en su corazón” (S. Lucas 2:51). Su deseo más ferviente era criar al nióo Jesús con amor y sabiduría. También las madres de hoy, a pesar de las dudas y los interrogantes que nos asaltan al criar a nuestros hijos, podemos tener plena confianza en Dios.

María disfrutó el buen trato de su Hijo, al grado que, en su agonía, él pensó en ella, y la encargó a Juan, el “discípulo a quien él amaba” (S. Juan 19:26, 27).

¡Gracias, mi Seóor, porque “después de Dios, el poder de la madre en favor del bien es el más fuerte que se conozca en la tierra!”.3

Madre inolvidable

Tuve el gran privilegio de tener una madre que me transmitió su fe y su amor a Dios. Ella manifestó infinita paciencia hacia sus hijos, tan diferentes en temperamento. De ella aprendí a conocer y amar a Dios, cuyo amor es infinito y verdadero. La vi perdonar sin guardar rencor, y ayudar a los demás, no solo a quienes la trataban bien, sino a todos; y amaba con una bondad que viene del cielo.

En este Día de las Madres no puedo darle las gracias, pero se las doy a Dios, porque al concedérnosla por un tiempo, tuvo misericordia conmigo y con los que la conocieron. De sus consejos aprendí muchas lecciones valiosas, y aún sigo aprendiendo. Su testimonio todavía me infunde fuerzas. Quiero ser amorosa, paciente y leal a Dios, como fue ella. Estoy segura de que algún día nos volveremos a ver.

Las diez cualidades más importantes para ser una “buena madre”*

  1. Ser feliz: Las madres felices son las mejores.
  2. Vivir sin estrés y no demasiado ocupada: Estar presentes y ser pacientes es uno de los mejores regalos para los hijos.
  3. Vivir en una relación romántica feliz: La buena relación de pareja ayudará a los hijos en sus propias relaciones de amistad y de pareja.
  4. Ser carióosa y afectiva: Demostrar amor a los hijos en las buenas y en las malas.
  5. Determinar los límites y mantenerlos: Establecer reglas y respetarlas.
  6. Permitir que cometan errores: No ser sobreprotectoras sino permitir que cometan errores, sobre todo aquellos que más les van a enseóar, aunque duelan.
  7. Ser comprensiva y promover la independencia: Enseóarlos a tomar decisiones.
  8. Promover buenos hábitos familiares: Inculcar hábitos que evoquen emociones positivas.
  9. Halagar la constancia en el trabajo en vez del talento natural: Para lograr el éxito en cualquier área es necesario trabajar mucho.
  10. No somos perfectas: La búsqueda de perfección es una forma de infelicidad.

* https://www.inspirulina.com/quien-es-la-mejor-madre-de-todas.html.

1. Elena G. de White, Conducción del nióo, p. 534.

2. Elena G. De White, El hogar cristiano, p. 215.

3. Ibíd.

La autora es diseóadora de interiores. Escribe desde Vienna, Virginia.

Las madres: un regalo de Dios

por Anna K. Cordero
  
Tomado de El Centinela®
de Mayo 2020