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En octubre de 1994 se llevó a cabo un debate sobre la resurrección de Cristo entre dos prominentes estudiosos de la Biblia: el profesor de Filosofía William L. Craig y el exsacerdote católico John Dominic Crossan. Mientras que Craig abogaba por la fiabilidad de los relatos bíblicos que dan testimonio del Cristo resucitado, Crossan argumentaba que la resurrección no fue un hecho real sino una metáfora, que se fundamenta en alucinaciones, visiones o simples relatos culturales. Esta última opinión ha sido defendida por uno de sus más aventajados discípulos, Marcus Borg. Según Borg, la resurrección de Cristo no tiene ninguna importancia, es solo un mito inventado por los seguidores de Jesús.

Nos vendría bien reflexionar sobre este interrogante: ¿Valdría la pena ser cristiano si en realidad Cristo no hubiera resucitado? Veamos qué significado tiene para nuestra vida que Jesús haya resucitado y que su tumba esté vacía.

Dios cumple sus promesas

La resurrección de Cristo constituye una fiable garantía de que Dios ha cumplido y seguirá cumpliendo todas sus promesas. Jesús les aseguró a sus discípulos: “Así como tres días y tres noches estuvo Jonás en el vientre de un gran pez, también tres días y tres noches estará el Hijo del hombre en las entrañas de la tierra” (S. Mateo 12:40).1 Y posteriormente declaró: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres. Lo matarán, pero al tercer día resucitará” (S. Mateo 17:22, 23). ¿Cumplió Jesús su palabra?

La Palabra de Dios da testimonio fehaciente de que Jesús cumplió su promesa. Los primeros testimonios de la resurrección fueron dados por mujeres (S. Mateo 28:1-10). El testimonio de estas damas es particularmente relevante puesto que en aquella época lo que dijera una mujer no gozaba de mucho respeto. Incluso a los mismos discípulos del Señor “les parecían locura las palabras de ellas, y no las creyeron” (S. Lucas 24:11, RV95).2 Si la resurrección hubiera sido una farsa inventada por los cristianos, ¿acaso no tendría más sentido que el primer testimonio hubiera sido dado por un hombre? Testigos de la resurrección de Jesús fueron también Pedro y los demás discípulos (S. Juan 20:19-23), más de quinientas personas, muchas de las cuales todavía vivían cuando Pablo escribió su Primera Carta a los Corintios (1 Corintios 15:6), y, por último, el mismo Pablo (1 Corintios 15:8). ¡Jesús cumplió su promesa!

Por eso la resurrección de Cristo nos proporciona la alentadora seguridad de que Dios cumplirá todo lo que nos ha prometido. De hecho, la escena del encuentro entre el Cristo resucitado y sus discípulos nos ayuda a confiar en las promesas divinas. Jesús había prometido enviar el Espíritu Santo y esta promesa se cumplió inmediatamente después de la resurrección (ver S. Juan 14:15-26; 15:26, 27; y 16:4-15; y Hechos 1:8).

Poco después de haber salido de la tumba, Jesús se reunió con sus más íntimos seguidores y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo” (S. Juan 20:22); es decir, tras la resurrección vino el cumplimiento de la promesa. A usted y a mí nos corresponde creer que Jesús vive por nosotros, y que “todas las promesas que ha hecho Dios son ‘sí’ en Cristo” (2 Corintios 1:20). Por supuesto, no solo estamos hablando de las promesas que están estrechamente vinculadas con nuestra vida terrenal, pues la resurrección de Cristo, el hecho de que su tumba siga vacía, nos garantiza que nosotros también resucitaremos.

Dios nos salvará

Que la resurrección está estrechamente relacionada con nuestra salvación se expresa tácitamente en estas palabras: “Porque si, cuando éramos enemigos de Dios, fuimos reconciliados con él mediante la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, habiendo sido reconciliados, seremos salvados por su vida!” (Romanos 5:10). Más adelante en esta misma carta Pablo declaró: “Esta es la palabra de fe que predicamos: que, si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo” (Romanos 10:8, 9).

Es decir, nuestra salvación no queda garantizada solamente por lo ocurrido en la cruz. Si Jesús murió pero no resucitó, de nada habría servido su martirio. Tan solo habría sido otro idealista que habría dado su vida por una noble causa. Sin embargo, su resurrección quebrantó el poder de la muerte y ahora “puede salvar por completo a los que por medio de él se acercan a Dios, ya que vive siempre para interceder por ellos” (Hebreos 7:25). Bien lo dijo el apóstol Pedro: “Esta salvación es posible por la resurrección de Jesucristo” (1 Pedro 3:21).

Tenemos esperanza

El apóstol Pedro menciona otro beneficio directo que recibimos de la resurrección de Cristo: “¡Alabado sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo! Por su gran misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo mediante la resurrección de Jesucristo, para que tengamos una esperanza viva” (1 Pedro 1:3). De acuerdo con Pedro, la nueva vida que el Espíritu de Dios origina en nuestros corazones es una evidencia contundente de que servimos a un Cristo vivo. Un Dios muerto no puede cambiar a una persona que ha sido derrotada por las adicciones, no puede restaurar un matrimonio, ni rescatar del pecado a quienes se hallan sumergidos en las profundidades del mal. Ver a hombres y mujeres transformados, que han nacido de nuevo y que ahora disfrutan de una vida completamente renovada, es uno de los beneficios tangibles que podemos disfrutar gracias a la resurrección de Jesús.

Pablo también vincula la resurrección de Cristo con nuestra justificación, pues gracias a ella Dios nos trata como si fuéramos justos; aunque en realidad somos culpables: “él fue entregado a la muerte por nuestros pecados, y resucitó para nuestra justificación” (Romanos 4:25). Es decir, si no hay resurrección, no hay perdón de pecados y, por lo tanto, no tenemos esperanza de vida eterna (ver 1 Corintios 15:12-19). La resurrección le dio a Cristo el derecho de ser “designado con poder Hijo de Dios” (Romanos 1:4) y, por la fe, esa designación nos alcanza también a nosotros; porque “en unión con Cristo Jesús, Dios nos resucitó y nos hizo sentar con él en las regiones celestiales” (Efesios 2:6).

Victoria sobre la muerte

La muerte de Jesús puso en entredicho la fe de sus más fieles seguidores, tal y como deja entrever una de las declaraciones de los dos viajeros que se dirigían a Emaús: “Nosotros abrigábamos la esperanza de que era él quien redimiría a Israel” (S. Lucas 24:21). Aquel viernes de tarde todo parecía indicar que Satanás había salido victorioso. Pero su victoria fue aparente y fugaz, pues el domingo por la mañana Jesús echó por tierra el poder de nuestro más poderoso enemigo: la muerte.

A diferencia del muchacho resucitado por Elías (1 Reyes 17:21-23) e incluso del mismo Lázaro (S. Juan 11), quienes volvieron a morir, Jesús se levantó de los muertos para vivir para siempre. Su muerte destruyó “al que tenía el imperio de la muerte” (Hebreos 2:14). Como dijo Pablo: “La muerte ha sido devorada por la victoria” (1 Corintios 15:54). Ahora, gracias a la resurrección, esa victoria se halla a nuestro alcance y, por lo tanto, podemos exclamar: “¡Gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo!” (1 Corintios 15:57).

Durante la batalla de Waterloo, el general inglés Wellington derrotó a Napoleón. Pero cuando Wellington notificó a la corona británica que había vencido, la información no llegó en su totalidad. El mensaje original decía: “Wellington derrota a Napoleón”. Pero al pasar de una estación a otra, el mensaje quedó distorsionado y solo llegó: “Wellington derrota”. Muchos creyeron que Wellington había sido derrotado. ¡Qué sorpresa se llevaron cuando pudieron leer el mensaje completo! Lo mismo les pasó a los discípulos aquel viernes de tarde cuando dejaron a Jesús en una fría tumba; todo parecía indicar que el Señor había perdido la batalla. Pero ese mensaje no estaba completo. El primer día de la semana ellos pudieron captar el mensaje en toda su plenitud. El mensaje proclamaba: “Jesús derrota a la muerte”.

Se equivocan Croosan, Borg y todos los que crean como ellos. ¿Cómo puede alguien creer en Jesús y a la vez negar su resurrección? Negar la victoria de Cristo sobre la tumba no solo significa perder la confianza en sus promesas; significa también vivir sin esperanza de cambio en esta vida ni de vida eterna después de la muerte.

¿Y quién quiere eso?

1. A menos que se indique lo contrario, todos los textos bíblicos han sido tomados de la Santa Biblia, NUEVA VERSIóN INTERNACIONAL® NVI® © 1999, 2015 por Biblica, Inc.® Usado con permiso de Biblica, Inc.® Reservados todos los derechos en todo el mundo.

2. Texto bíblico tomado de la Reina-Valera 1995 versión Reina-Valera 95® © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Usado con permiso.

El autor es director de la revista Prioridades.

Su tumba sigue vacĂ­a

por J. Vladimir Polanco
  
Tomado de El Centinela®
de Abril 2020