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Hay en el universo fuerzas muy poderosas, como la centrípeta y la centrífuga. La fuerza centrípeta impulsa los cuerpos hacia adentro, hacia su propio eje; la centrífuga los impulsa hacia afuera. Podemos ilustrar así las acciones de Dios en el creyente: trabaja en su interior, pero también lo induce a buscar a su prójimo.

En la obra de salvación, Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu Santo han volcado sus formidables fuerzas y sus preciosos atributos.

El Padre

“Dios es amor” (1 Juan 4:8). Antes de crear al hombre, el amor del Padre ya había provisto la solución para el mal: en conformidad con el Hijo y el Espíritu Santo, designó al Hijo Redentor de este planeta y sus habitantes. La Escritura habla del “Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo” (Apocalipsis 13:8).

Hay en el universo fuerzas muy poderosas, como la centrípeta y la centrífuga.

“De tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito” (S. Juan 3:16). Lo dio en sacrificio para liberar a Adán y su descendencia, esclavizados por el diablo; para redimir la tierra que el ángel caído le había quitado; para eliminar a Satanás, y así vengar la sangre de los hijos de Adán y levantarle nueva descendencia.

Oh sí, Dios es amor. No se puede pedir amor más excelso, pues no lo hay.

Jesucristo

El Hijo despliega la gracia, el favor inmerecido de Dios hacia un mundo rebelde. Jesús es la gracia personificada “para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (S. Juan 3:16). “Por gracia sois salvos” (Efesios 2:8). Insondable misterio: que el Hijo se haya encarnado para morir. Exaltado privilegio: que en el Hijo lleguemos a ser hijos de Dios (1 Juan 3:2).

Por gracia somos salvos (Efesios 2:8) y purificados hasta que podamos tener “la mente de Cristo” (1 Corintios 2:16), y lleguemos a decir: “Vive Cristo en mí” (Gálatas 2:20).

El Espíritu Santo

El Espíritu Santo aplica los beneficios del sacrificio de Cristo. Cuando el Jesús victorioso sobre el mal fue coronado en el cielo, el Espíritu descendió a liderar la iglesia, a capacitarla (ver Hechos 2) y a conducirla en el cumplimiento de la misión: la predicación del evangelio.

Es el Espíritu Santo quien ejerce en el creyente dos fuerzas espirituales semejantes a la centrípeta y la centrífuga. Actúa hacia adentro para conquistar y purificar el alma; y hacia afuera para inducir al converso a testificar de Cristo.

Esta divina Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, son un Dios lejano e incomprensible. Muy lejos de este mundo, desde su Santuario, preside el universo. Pero también es muy cercano, al grado que su sangre manchó la cruz en la que nos salva, y desde el interior del cristiano proclama el evangelio.

Adoremos al Padre por su amor, al Hijo por su gracia, y al Espíritu Santo por su comunión y liderazgo.

El autor dirige las actividades de las iglesias adventistas de habla hispana en Arizona.

La Trinidad y la salvación

por Abimael Escalante
  
Tomado de El Centinela®
de Septiembre 2019