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Antes de ascender al cielo, Jesús se reunió con sus discípulos y les dio un mandato: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:19-20). Cuando leemos esas palabras, tal vez pensamos que eso significa que debemos entrar al ministerio pastoral, o tal vez salir del país como misioneros a otra parte del mundo, o de pronto que debemos tratar de convencer a nuestros vecinos o amigos a que sean discípulos de Cristo. Aunque estas actividades son buenas y recomendables, debemos tener cuidado de no descuidar el campo misionero más importante: nuestro hogar.

Cuando los israelitas que habían salido del cautiverio de Egipto estaban a las puertas de la Tierra Prometida, Dios, por medio de Moisés, les dio una serie de enseñanzas como preparación para establecerse en su nuevo hogar. Entre todas de las enseñanzas encontramos estas palabras: “Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes” (Deuteronomio 6:5-7). Debemos tener en mente que estas declaraciones no fueron dirigidas a los sacerdotes ni a los levitas ni a los líderes de esta gran nación; estas palabras las dirigió Dios a todos los padres, pues debían ser ellos la fuente principal de la enseñanza espiritual de sus hijos.

¿Qué influencia tienen los padres sobre sus hijos? Pensemos en esto: Si hay 8.760 horas en un año (365 días x 24 horas), los hijos pasan aproximadamente 1.440 de estas en el colegio/la escuela (180 días x 8 horas), un promedio de 156 horas en la iglesia (52 días x 3 horas), 2.920 horas durmiendo (un promedio de ocho horas diarias), y por lo tanto, lo que restan son aproximadamente 4.244 horas libres. De estas horas, dedicarán algunas para comer, jugar, hacer tareas, y otras actividades en la casa. Aun restando algunas de estas horas para otras actividades, todavía queda una gran cantidad de tiempo que, como padres, debemos utilizar para guiar a nuestros hijos a que lleguen a ser discípulos de Jesús. Los versículos de Deuteronomio que acabamos de leer nos dan indicaciones de cómo debemos utilizar estas horas preciosas con nuestros hijos de una manera espiritualmente productiva, para guiarlos a ser discípulos de Jesús:

“Y amarás a Jehová tu Dios”.

Moisés escribió que debemos amar a Dios con todo nuestro corazón, alma y fuerza. Nuestra fe no puede ser superficial o solamente una teoría, ni tampoco una parte de nuestra vida, sino que debe ser nuestra vida en su totalidad. No podemos ser cristianos en ciertos momentos o solamente cuando nos sea conveniente. De ahí que Moisés continúa sus instrucciones: “Estas palabras estarán sobre tu corazón” (vers. 6). Cuando interiorizamos la Palabra de Dios en nuestra vida, él es quien vive en nosotros, no como visitante sino como huésped permanente. Antes de que podamos guiar a nuestros hijos a ser discípulos de Jesús, debemos primero ser sus discípulos nosotros.

“Y las repetirás a tus hijos”.

Cuando consideramos cuánto tiempo pasan nuestros hijos en la escuela (mas o menos 1.440 horas al año), no podemos abandonar nuestra responsabilidad como padres y delegársela a los maestros de escuela, aunque sea una institución cristiana. Tampoco podemos delegar esa responsabilidad a los líderes o ministros de iglesia, en donde escasamente pasan una pequeña fracción de tiempo anual (156 horas). Es más, con lo importante que debe ser la asistencia a la iglesia en nuestra vida, es en realidad muy poco el tiempo que estamos en ella comparado con el tiempo que pasamos en otras actividades. Por lo tanto, no podemos esperar que sea la iglesia la que guíe a nuestros hijos a ser discípulos de Jesús. Es nuestra responsabilidad como padres, y debemos tomarla muy seriamente. En las palabras de Moisés: “Las repetirás a tus hijos”. Debemos leer la Biblia con nuestros hijos desde que ellos son pequeños. Esto no solamente los ayudará en su educación, como muchos estudios han demostrado, sino que también se beneficiarán espiritualmente. Una madre escribió: “Los padres necesitan consagrar tiempo diariamente al estudio de la Biblia con sus hijos. Sin duda, se requerirá esfuerzo, reflexión y algún sacrificio para llevar a cabo esto, pero el esfuerzo será ricamente recompensado”.1

“Hablarás de ellas estando en tu casa”.

Varias investigaciones científicas han demostrado el gran valor, especialmente para los adolescentes, de pasar un momento en familia por lo menos una vez por día. Podría ser en la cena. Entre otras cosas, esto disminuye el número de embarazos entre las adolescentes y baja el índice de adicción a las drogas, y al mismo tiempo mejoran las calificaciones escolares y aumenta la autoestima.2 También se ha demostrado que la cena familiar mejora la salud mental de los jóvenes.3 Estas reuniones son la ocasión para hablar acerca de sus problemas, preocupaciones, retos y triunfos, y ayudarlos a aplicar los principios bíblicos a su vida personal.

“Y andando por el camino”.

El principio que subyace en este versículo se puede aplicar a las experiencias que compartimos diariamente con nuestros hijos. Si para las niñas es importante el tiempo de la cena para hablar de sus vidas, para los varones lo es aquel tiempo que podemos pasar con ellos en las actividades recreativas. Por ejemplo, si usted juega al fútbol o al béisbol con sus hijos, o si sale a acampar un fin de semana o a una caminata al aire libre, esas actividades pueden darle al chico la oportunidad de abrir su corazón y compartir los secretos de su vida. Usted como padre debe generar las condiciones de un diálogo abierto, sincero y fecundo.

“Y al acostarte”

Esta parte del versículo hace referencia al culto vespertino y a las oraciones antes de acostarnos. ¡Qué hermoso es ver a toda la familia entregando su vida a Dios cuando termina el día! Cada anochecer es una gran oportunidad para agradecer al Creador por todo lo que ha hecho por nosotros en ese día. Esta es una muy buena oportunidad para volver a entregarnos a él y recibir el descanso y su protección hasta que amanezca el día. Algunos niños sienten temor cuando viene la noche y es tiempo de apagar la luz. Estos son momentos preciosos para hablar de Dios, de su protección, de que no hay de qué tener temor cuando el Señor está con nosotros. Es la ocasión para sembrar fe y confianza en el corazón tierno de nuestros hijos.

“Y cuando te levantes”.

De la misma manera en que terminamos el día con el nombre de Dios en nuestros labios, debemos empezar el día con nuestra mente y corazón dirigidos hacia él. El culto familiar matutino nos ofrece la oportunidad de aceptar su gracia gratuita y su salvación.

Jesús dedicó más de tres años de su ministerio a entrenar y preparar a los doce discípulos para el ministerio que les habría de encargar. Como padres, debemos dedicarle tiempo al crecimiento físico y espiritual de nuestros hijos, para que lleguen a ser discípulos de Jesús y puedan cumplir la misión que él tiene para ellos.

1>Elena G. de White, La educación, p. 168.
2http://www.medindia.net/news/lifestyleandwellness/family-dinners-improve-mental-health-and-well-being-of-adolescents-116913-1.htm.
3Ibíd.


El autor es pastor, consejero matrimonial, conferenciante internacional, y escribe desde Washington DC.

Nuestros hijos, el mejor patrimonio

por Claudio Consuegra
  
Tomado de El Centinela®
de Septiembre 2013