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La tecnología ha revolucionado al mundo de tal forma que ha disminuido significativamente en el hombre la demanda de tiempo y energía para lograr sus metas. Se podría concluir que la vida es más fácil, con más tiempo para descansar y con menos estrés. Sin embargo, aunque parezca paradójico, en la actualidad el hombre parece estar más ocupado, y sufre más de estrés que sus antepasados. Se ha indicado que la falta de tiempo para hacer las tareas diarias o semanales es el contribuyente mayor del estrés. Este a su vez afecta la salud física y mental del individuo.

Según el Dr. Paul Rosch, especialista en Ciencias Médicas, “el estrés está haciendo estragos terribles en el nivel de salud y la economía. Es un gran contribuyente a las enfermedades del corazón, cáncer, insuficiencia respiratoria, lupus y muchas otras enfermedades mortales”.1 De acuerdo a la Asociación Médica Americana el estrés es un factor que contribuye en más de 75 por ciento de las enfermedades que hoy afectan al ser humano. Y la Organización Mundial de la Salud concluyó que el estrés es el mayor problema de salud en Norteamérica.2

Antes que existieran los relajantes químicos y los antibióticos, la prescripción médica principal para el estrés era el reposo y el relajamiento. Sin embargo, mucho antes que los médicos reconocieran los beneficios del descanso, el Dios Todopoderoso estableció el reposo como un elemento restaurador de las dimensiones físicas, emocionales y espirituales.

Al crear al hombre, Dios apartó el día séptimo, el sábado, como un día de reposo, comunión y adoración. En el libro de Génesis, Dios instituyó el día séptimo, el sábado, como un día especial apartado para un uso sagrado. Señala, “Fueron, pues, acabados los cielos y la tierra, y todo el ejército de ellos. Y acabó Dios en el día séptimo la obra que hizo; y reposó el día séptimo de toda la obra que hizo. Y bendijo Dios al día séptimo, y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que había hecho en la creación” (Génesis 2:1-3).

La institución divina del día séptimo como día de reposo subraya tres verdades fundamentales para el hombre hoy. La primera verdad es que Dios, al concluir su creación, reposó, o en hebreo shabbat, literalmente sabatizó. La palabra shabbat o “reposar” no significa hacer nada, sino más bien, es cambiar las actividades de los otros días para entrar en una actitud de adoración a Dios orientando al alma hacia las cosas celestiales.3 El Señor reposó, o sea, paró sus actividades creativas para entrar en comunión con sus criaturas.

Al reposar, Dios quiso asentar la importancia del reposo para la humanidad; como también la de apartar tiempo para entrar en una íntima comunión con el hombre. Adán y Eva pasaron su primer día en comunión con Dios, indicando con esto la primacía de la conexión divino-humana. El sábado fue instituido como señal o pacto de ese vínculo divino-humano. Ezequiel 20:12 confirma esta verdad cuando dice: “Y les di también mis sábados, para que fueran por señal entre yo y ellos, para que supieran que yo soy Jehová que los santifico” (RV 1995). Y en Éxodo 31:16, 17, Dios le reitera a su pueblo la importancia del día séptimo como pacto eterno. “Guardarán, pues, el sábado los hijos de Israel, celebrándolo a lo largo de sus generaciones como un pacto perpetuo. Para siempre será una señal entre mí y los hijos de Israel, porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, y en el séptimo día cesó y descansó” (RV 1995).

En este texto se presentan dos razones adicionales para la continuidad perpetua del reposo sabático. En primer lugar, se establece que Jehová es el Creador; él hizo “los cielos y la tierra”. El sábado nos conduce a reconocer a Dios como nuestro Creador, y por lo tanto nuestro sustentador. La observancia del sábado fomenta la idea de la dependencia que el hombre tiene de Dios, y ahonda en el corazón humano el anhelo de la presencia divina. Por eso, el profeta Isaías habla de la observancia de sábado en términos de “delicia” (Isaías 58:13). El sábado es una delicia porque en él se manifiesta la presencia divina, la cual satisface el más hondo anhelo del alma. En el día séptimo, el alma cierra sus avenidas a los problemas seculares de la vida y orienta sus oídos a la voz dulce, apacible y serena de Jesús. Cuando el hombre hace un alto en sus actividades seculares, y toma tiempo para orientar su alma en armonía con su Creador, se produce un balance saludable en su vida, restaurando en una forma esencial su vínculo vertical con el cielo. Al experimentar la presencia única de Cristo en el sábado, el alma se llena de gozo, paz y reposo.4

La segunda razón para la continuidad perpetua del sábado como día de reposo es el beneficio que éste proporciona al hombre. La Biblia dice que en el día séptimo Dios cesó. La palabra traducida como “cesar” en realidad significa “tomar una nueva vida”, o “un refrigerio”, del hebreo nephesh. En otras palabras, en el primer sábado, en el Jardín del Edén, Dios experimentó un reposo emocional.5 O sea, Dios experimentó una satisfacción emocional al “sabatizar” porque esto facilitó la comunión divino-humana.

Nephesh es la palabra hebrea usada para describir la acción divina de soplar el aliento de vida en el hombre, por lo cual este vino a ser un ser viviente (ver Génesis 2:7). Ella abarca al hombre en su totalidad, tanto sus dimensiones físicas, mentales y espirituales. Dios instituyó el sábado para facilitar el reposo del ser en su totalidad. Cuando el hombre observa el sábado, tiene una audiencia con su Creador, quien le proporciona aliento de vida tanto para lo físico, mental y espiritual. Por eso el apóstol Pablo en Hebreos 4:9, 10 dice: “Por tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios, porque el que ha entrado en su reposo, también ha reposado de sus obras, como Dios de las suyas”.

La segunda verdad fundamental es que Dios bendijo el día séptimo o sábado. La bendición del sábado está fundada en el hecho de que Cristo es el centro del sábado. Él dijo: “El sábado fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del sábado. Por tanto, el Hijo del hombre es Señor aun del sábado” (S. Marcos 2:27, 28, RV 1995). Este pasaje enfatiza dos verdades:

  1. El sábado es un regalo de amor de parte de Dios a la humanidad. O sea, fue instituido para beneficio de toda la humanidad.
  2. La segunda verdad es acerca de Cristo. Él es Señor o centro del sábado. Por lo tanto, la persona que observa el sábado, que entra en comunión con su Creador, es receptora de la bendición divina conferida al día séptimo.6

La tercera verdad es que Dios santificó el sábado. La santificación del día séptimo señala la acción divina de apartar ese día para manifestar su presencia santa en medio de su pueblo en su día santo.7 Además, la santidad del día séptimo señala a Dios como el agente santificador. En Éxodo 31:13 Dios le dice a su pueblo que guarde su sábado “para que sepáis que yo soy Jehová que os santifico”. El sábado hace posible que un Dios santo y un pueblo santo comulguen juntos en un día santo.

Por lo tanto, en las Escrituras no hay un requisito ritual para la observancia del sábado porque fue instituido para que el alma se conectara armoniosamente con lo divino. El sábado es una invitación al individuo a restablecer su armonía espiritual con el Creador.8

El sábado es un palacio en el tiempo, el cual desciende del cielo cada semana y ofrece una invitación a conectarse con el Dios del universo, una invitación a huir del estrés y a refugiarse en Cristo quien nos invita diciendo, “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (S. Mateo 11:28).

El día sábado, como día de reposo, es de tanta importancia para la humanidad que el Señor lo codificó en los Diez Mandamientos en Éxodo 20. Y sabiendo que el hombre se iba a olvidar o a ignorar tanto al Creador como a su monumento recordativo de la creación, él manda a cada creyente diciendo, “Acuérdate del día sábado para santificarlo…” (Éxodo 20:8, RV 1995). Este es un llamado, no a los judíos, porque ellos nunca se han olvidado del sábado, sino a cada cristiano que ha aceptado el evangelio y profesa amar a Jesús. “Acuérdate del día sábado para santificarlo”.


1www.mesicstraining.com
2Ibíd.
3http://www.messianicblog.com/Page-The%20Shabbat.html
4Samuel Bacchiocchi, Divine Rest for Human Restlessness (1988): p. 220.
5Richard Davidson, Transforming by Entering His Rest, p. 8.
6Gerhard E. Hasel, Covenant in Blood (1982), p. 88.
7Ibíd.
8www.messianicblog.com

La solución divina al desasosiego humano

por Francy Durán
  
Tomado de El Centinela®
de Septiembre 2011