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Cuenta un relato popular que en medio de cierta reyerta racial alguien dijo: “Basta de prejuicio, de segregación y de racismo. Ya no haremos diferencias entre negros y blancos. Desde ahora todos seremos de un mismo color: verdes” —acto seguido ordenó—: Bien, los de color verde claro colóquense de este lado y los de verde oscuro de aquel”.

Las décadas que llevo sobre este planeta me han demostrado que la discriminación racial anida en lo más inaccesible de los seres humanos. Apela y moviliza con la fuerza propia de lo irracional; y es incorporada y transmitida por vía familiar, cultural y hasta religiosa. No es la enfermedad sino uno de los tantos síntomas de ella; del mal que anida en el corazón del ser humano.

Los hispanos nos quejamos del racismo (y a veces hacemos bien en hacerlo), pero también somos racistas. Quizás el nuestro sea un racismo diferente al de los blancos norteamericanos, sudafricanos o europeos, sobre todo en vista de que el elemento mestizo prevalece en la composición étnica de los pueblos latinoamericanos. Entre nosotros, la irracionalidad propia del racismo llega al grado del ridículo. El blanco (descendiente de inmigrantes europeos) recela del “negro”, del “indio”, del “tape”, del “cabecita negra”, es decir, del mestizo en todas sus versiones y variantes. Pero a su vez el mestizo recela de los indios y de los negros, que por su parte recelan unos de otros y entre sí. Todos contra todos.

Es muy común que el mestizo de piel levemente oscura se sienta superior al mestizo más oscuro y reproduzca en su trato con éste los patrones de conducta de los blancos racistas. En otras palabras, el menos “negro” se siente blanco cuando está en presencia de alguien más moreno que él y lo trata como un blanco racista lo haría con... (ambos!

La discriminación se sustenta en la falsedad de que uno es de cierta manera porque pertenece a un determinado sector racial y socioeconómico. Como si esa sola pertenencia, y no la desigualdad de oportunidades, fuera el factor que define la conducta desajustada de un sujeto que pertenece a una determinada minoría. Más aún, la discriminación se sustenta en la falsedad de que un ser humano puede ser encasillado bajo una etiqueta racial, y que no tiene la posibilidad ni libertad para ser diferente al estereotipo.

Mientras se encontraba preso en la ciudad de Birmingham, en abril de 1964, un grupo de pastores colegas, blancos, redactó una declaración pública en la que criticaban al líder negro Martin Luther King por realizar manifestaciones públicas “imprudentes e inoportunas”. Martin Luther King les respondió en una carta: “Hemos aguardado más de trescientos cuarenta años para usar nuestros derechos constitucionales y otorgados por Dios. Las naciones de Asia y de África se dirigen a velocidad supersónica a la conquista de su independencia política; pero nosotros estamos todavía arrastrándonos por un camino de herradura que nos llevará a la conquista de un tazón de café en el mostrador de los almacenes. Es posible que resulte fácil decir ‘espera’ para quienes nunca sintieron en sus carnes los acerados dardos de la segregación”.1

En lo que respecta al racismo que yace en lo profundo del corazón, no podemos esperar. En esto debemos ser extremistas. Por eso, Martin Luther King termina su carta preguntándonos en qué extremo estaremos: “¿Llevaremos nuestro extremismo hacia el odio o hacia el amor? ¿Pondremos el extremismo al servicio de la conservación de la injusticia o de la difusión de la justicia? En la dramática escena del Gólgota fueron crucificados tres hombres. Nunca hemos de olvidar que los tres fueron crucificados por el mismo delito: el delito del extremismo. Dos de ellos eran extremistas de la inmoralidad, y por eso cayeron más bajo que el mundo que les rodeaba. El otro, Jesucristo, era un extremista del amor, de la verdad y de la bondad, y por eso se elevó por encima del mundo que le rodeaba. Bien podría ser que el Sur, la nación y el mundo necesiten muchísimo de extremistas creadores”.2

1http://www.cubamcud.org/Documentos/Listado-CartadeMartinLutherKing.htm
2Ibíd.

La enfermedad del racismo

por Ricardo Bentancur
  
Tomado de El Centinela®
de Septiembre 2010