Número actual
 

En su poema titulado “El miedo”, Pablo Neruda expresa: “Tengo miedo de todo el mundo, del agua fría, de la muerte. Soy como todos los mortales, inaplazable”. Esta es la condición humana.

El miedo siempre nos ha acompañado. En todas partes nos visita. En los deportes, los súper atletas tienen miedo a lesionarse. En Wall Street, los gerentes de bancos y los corredores de la bolsa de valores que comercializan fortunas de empresas titánicas tienen miedo de desatar una debacle financiera que desencadene una crisis económica mundial y nos lleve al abismo de 1929 y 2008.

En nuestros vecindarios vivimos “la inseguridad nuestra de cada día”. Y así crece la industria de las armas, porque cada ciudadano apela al derecho a defenderse.

La mujer embarazada teme por la salud de su bebé, o por un mal parto. Y su marido teme perder su trabajo y no poder alimentar al niño que viene al mundo.

Tenemos miedo de que se terminen los recursos naturales, como el agua, y observamos con ansiedad el calentamiento global, con el consecuente deshielo de los polos, los cambios climáticos y las catástrofes. Esperamos la primavera, que nos trae diversos y alegres colores y aromas exquisitos, pero sabemos también que en esta época del año llegan devastadores huracanes y hambrientos fuegos forestales que no discriminan credo, color, clase social ni posición económica. El miedo es un recordativo palpable de nuestra fragilidad humana. Me falta espacio para referirme al terrorismo, las guerras, las hambrunas y las pestes, todos mensajeros del miedo.

El origen del miedo

Las Santas Escrituras relatan la historia de la creación, y describen el poder del amor de Dios hacia su prodigiosa obra. El sistema ecológico creado por Dios y su compatibilidad con las criaturas vivientes y sus organismos reflejan el atributo más bello que Dios nos ha dado: el amor.

Cada vez que leemos en el libro de Génesis “dijo Dios”, notamos la ternura del Creador sobre su creación en cada detalle. Veamos: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba desordenada y vacía... y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz… Luego dijo Dios: Haya expansión en medio de las aguas, y separe las aguas de las aguas. E hizo Dios la expansión… y llamó Dios a la expansión Cielos… Dijo también Dios: Júntense las aguas que están debajo de los cielos en un lugar, y descúbrase lo seco… y llamó Dios a lo seco Tierra, y a la reunión de las aguas llamó Mares. Y vio Dios que era bueno” (Génesis 1:1-10).

Luego de describir el hábitat preparado para los seres vivientes que habitarían los cielos y la tierra, la Biblia describe la creación de esos seres. Y como corona de la creación, aparece el ser humano: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (vers. 26). Estos pasajes nos describen a un Dios amoroso que crea primero el hogar donde luego habitarían sus criaturas; y lo crea perfecto, porque “vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (vers. 31).

El hombre creado por Dios disfrutaba de la relación con su Creador y de la armonía que existía en la creación. Pero ocurrió algo que rompería esa armonía: la entrada del pecado. Dice el relato bíblico que tanto Eva como Adán decidieron desobedecer el mandato divino de no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal (ver Génesis 2:17). Y la consecuencia fue la entrada del miedo, una emoción hasta entonces no experimentada. Cuando hubieron caído, nuestros primeros padres se sintieron desnudos, y se escondieron. Pero nadie se puede esconder de Dios; por eso, cuando el Creador los encontró, Adán dijo: “Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo” (Génesis 3:10). El pecado da origen al miedo. La ruptura con Dios nos desgarra interiormente e inaugura la ansiedad, la incertidumbre y el miedo en nuestros corazones.

Fin del miedo

Pero el relato bíblico es esperanzador. La Biblia continúa: “Y Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió” (Génesis 3:21). Toda la historia bíblica y de la humanidad no es otra cosa que la descripción del plan de Dios para salvar al hombre del miedo. La Biblia nos habla del deseo de Dios de relacionarse con el hombre, de visitarlo diariamente. De morar en él y con él. El Sustituto divino, Jesucristo, simbolizado por las túnicas de pieles, es “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (S. Juan 1:29). Rayos de luz brotaron en medio del miedo de Adán y Eva cuando Dios proveyó la esperanza de un Sustituto.

En el Nuevo Testamento, donde culmina la revelación del plan de salvación, la Biblia dice cuál es el origen del miedo y la solución: “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor” (1 Juan 4:18). Pero quien acepta a Cristo como su Salvador personal y establece una relación de amor con él, encuentra en la fe el antídoto del miedo. ¿Quieres tú experimentar esa libertad del miedo que solo el amor de Cristo en el corazón puede darte? Hoy es tu día de oportunidad.


El autor es licenciado en Teología y doctorando en Educación Cristiana. Escribe desde Waterbury, Connecticut.

Libres del miedo

por Edgardo Herrera
  
Tomado de El Centinela®
de Julio 2015