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Era hijo de un carpintero. En medio de la Gran Depresión económica no pudo terminar la escuela, y se fue a trabajar con su padre. De ahí pasó a los astilleros de Newport News, Virginia. Luego del ataque a Pearl Harbor le ofrecieron aplazar su conscripción, pues servía en la construcción de barcos de guerra, mas por amor a la libertad y a su patria amenazada se unió al ejército. Quería ser más útil, pero primero iba a ser fiel a Dios, y por amor al prójimo se negó a tocar un arma. No quería matar, ni siquiera en la guerra.

Fue ridiculizado, amenazado y tildado de cobarde e inadaptado. Intentaron declararlo inepto, descartable. Para colmo, además de obedecer el sexto mandamiento, también quería ser fiel al cuarto, y exasperaba al comandante pidiendo permisos de salida para asistir a su iglesia los sábados.

Cuando lo veían leyendo su Biblia de bolsillo, sus compañeros lo consideraban santurrón y lo maldecían. No lo doblegaron. Al fin lo entrenaron conforme a su petición, como soldado médico para prestar primeros auxilios, fuera del reglamento, sin portar armas. Y él trató bien a los que lo maltrataban. Seguía la regla de oro: “Todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos” (S. Mateo 7:12).

En 1944 estuvo en Guam y Leyte, y fue condecorado por su valentía al rescatar soldados heridos. Al llegar a Okinawa, muy cerca de las principales islas del Japón, el flacucho desarmado ya era respetado como el más valiente.

Desde el 29 de abril de 1945, su compañía comenzó el ataque al acantilado Maeda, apodado por los soldados “Barranco Segueta” (Hacksaw Ridge), porque así como un serrucho corta el fierro, las balas, bombas, morteros, granadas, napalm y metralletas cercenaban las vidas.

Un grupo de 155 soldados intentaba capturar la cima, y cuando creían haberlo logrado, de las entrañas de la tierra surgieron los japoneses. A diestra y siniestra cayeron muertos y heridos. Se ordenó la retirada inmediata. Uno de cada tres soldados logró precipitarse por el precipicio, pero los muertos y los heridos quedaron abandonados en territorio enemigo. Todos cayeron o huyeron, menos uno. Un soldado desarmado, desobedeciendo órdenes, enfrentó la “segueta” para rescatar a tantos como pudiera. Buscó y bajó con cuerdas, rogando: “¡Uno más, Señor! ¡Por favor, dame uno más!”. Rescató a casi todos sus soldados, y aun auxilió a varios enemigos.

Su capitán, Frank L. Vernon, y el teniente Cecil L. Gornto calcularon que salvó a cien compañeros, pero él replicó: “No puede ser. No deben haber sido más de cincuenta. No hubo tiempo para salvar a tantos”. En deferencia a su estimación, negociaron la diferencia, y en la citación de los hechos registraron que había salvado a 75.

La lucha por Maeda continuó, y Desmond Thomas Doss también; hasta que el 21 de mayo una granada lo hirió en la pierna y la cadera, luego en un brazo. Prefirió que atendieran a otro soldado más grave. Si fuera necesario, moriría para que otro viviera, y se arrastró hasta un lugar seguro.

Ahora Hollywood1 intenta explicar cómo un hombre pudo hacer tanto. El amor de Jesús manifestado en el frágil muchacho de Lynchburg, Virginia, es la mejor explicación.

Cuando estaba en el barco hospital, buscó su Biblia, compañera y sostén durante las batallas y el regalo de bodas de su amada Dorothy, pero ya no estaba en su bolsillo, sobre su corazón. La había perdido en la cima de Maeda. “Por favor —rogó—, díganles a mis hombres que he perdido mi Biblia”.

Quienes lo despreciaron por ser fiel a sus convicciones adventistas del séptimo día rastrearon la meseta conquistada hasta encontrar la preciosa Biblia, fuente de su fe, su amor y su heroísmo.

De los 16 millones de militares estadounidenses en la Segunda Guerra Mundial, solo 431 recibieron la Medalla de Honor del Congreso, y solo Desmond Doss la recibió del presidente Harry S. Truman. Desmond Doss nunca se valió de su sacrificio para conseguir fama o riqueza; no aceptó que en vida recrearan su historia en una película,2 aunque las regalías le habrían ayudado con su hospitalizaciones durante seis años, por la tuberculosis que adquirió en la guerra, por perder un pulmón y cinco costillas y quedar deshabilitado.

El 23 de marzo de 2006, con 87 años, pasó al descanso, esperando la resurrección gloriosa, cuando Cristo vuelva (ver 1 Tesalonicenses 4:16, 17).

Desde niño, Desmond había aprendido que la víspera de su sacrificio, Jesús dio un mandamiento: “Que os améis unos a otros, como yo os he amado”. Luego explicó: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos”. Y otra vez: “Esto os mando: Que os améis unos a otros” (S. Juan 15:12, 13, 17).

¿Pero qué tiene de nuevo esto si Moisés ya había escrito: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”? (Levítico 19:18).

Parece lo mismo, pero no es igual. Antes de la muerte y resurrección de Jesús, la orden era amar a otros como a nosotros mismos. Desde Jesús es diferente. Solo él pudo haber agregado lo nuevo: “Como yo os he amado”.

“Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:7, 8). Sin su vida perfecta ofrecida en nuestro lugar, moriríamos en pecado y sin esperanza. Por eso “dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá” (S. Juan 11:25).

Ahora podemos amarnos como él ama, aunque sea difícil, pues “en esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos” (1 Juan 3:16; ver también 1 Juan 4:7, 20).

Eso estuvo dispuesto a hacer Desmond Doss. La mayoría de nosotros, por gracia de Dios, podemos “poner nuestras vidas” por nuestra familia, y tal vez por otros (ver Filipenses 2:3-5), sin tener que morir por ellos. Pero ¡Jesús ya murió y resucitó por todos, y eso es suficiente!, aunque muchos, como Desmond Doss, también son llamados a dar su vida o arriesgarla por otros.

Ahora, al contar su historia, hasta los incrédulos testifican.

1.Hacksaw Ridge” (Barranco Segueta) en inglés, “Hasta el último hombre en español (para premios de la película, ver: imdb.com/title/tt2119532/awards).

2. Solo colaboró en un documental, “compartir su testimonio, y donó sus ganancias. Ver https://www.desmonddoss.com/the-conscientious-objector/.

El autor es ministro adventista del séptimo día. Escribe desde Fontana de la Esperanza, California.

“Uno más, Señor, por favor”

por Rolando Morelli
  
Tomado de El Centinela®
de Junio 2017