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El cordero que moría representaba a Cristo, el cordero que escapó lo representa a usted si acepta la muerte de Cristo en su favor.

En diciembre de 2014 visité Israel y conocí los lugares donde Cristo caminó. Uno de esos lugares fue el río Jordán, donde él fue bautizado. Ahí medité en las palabras que dijo Juan el Bautista cuando vio al Salvador llegar a este mismo río: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (S. Juan 1:29). Para los judíos de su tiempo era normal ver el sacrificio de un cordero en el Templo de Jerusalén, pero en ese momento Juan comparó a Jesús con ese cordero. ¿Por qué Juan dijo eso?

Desde que el pecado entró en el mundo, Dios tuvo un plan para salvar al hombre. La Biblia dice que “la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23), porque separa al hombre de Dios: “Vuestros pecados han hecho separación entre Dios y vosotros” (Isaías 59:2).

El Santuario

Cuando los hebreos salieron de Egipto, Dios les presentó una ilustración del plan con el que iba a salvarlos del pecado y a relacionarlos de nuevo con él. Como el hombre entiende mejor cuando ve ilustradas las cosas, ordenó para él un Santuario. “Harán un santuario para mí, y habitaré en medio de ellos” (Éxodo 25:8). El Santuario era esa ilustración.

El Santuario constaba de dos partes, el atrio y el tabernáculo. Al entrar en el atrio, uno se encontraba con el altar del sacrificio, donde el pecador traía los animales puros (ovejas, carneros, palomas, cabras, becerros), confesaba su pecado sobre la cabeza del animal y lo degollaba.

El sacrificio del cordero era símbolo y anuncio de la muerte de Jesús por nosotros en la cruz, por eso el profeta anunció: “Como cordero fue llevado al matadero” (Isaías 53:7).

Por su gran significado redentor, nos concentraremos en la ceremonia del sacrificio de los corderos en el altar de bronce y su relación con el sacrificio de Cristo, “el Cordero de Dios”.

El sacrificio vicario

La palabra vicario quiere decir sustituto. Los corderos morían sustituyendo a su dueño. Cuando un hombre pecaba, llevaba el mejor de sus corderos al santuario y ahí confesaba su pecado sobre la cabeza de la víctima, y él mismo la degollaba. También se hacía un sacrificio diario por todo el pueblo. En este caso, el sacerdote degollaba la víctima.

Así ocurrió con Cristo, “el Cordero de Dios” “sin mancha ni contaminación” (Romanos 3:25). Permitió que sobre su cabeza, en su conciencia, se concentraran todas las culpas de la humanidad. Ramón Cué, escritor eminente, lo ilustra en el ensayo “Mi Cristo roto”. Un hombre compra un crucifijo sin rostro, y trata de restaurarlo poniéndole los rostros de los cristos del arte universal, pero de pronto, el cristo, cual si estuviera cansado de esos intentos, le habla y le dice:

—Oye, ¿no tienes por ahí un retrato de tu enemigo? ¿De ese que te tiene envidia y no te deja vivir? ¿Del que interpreta mal por sistema todas tus cosas? ¿Del que siempre va hablando mal de ti, del que te arruinó…?

—Cristo, ¡no sigas!

—Es demasiado, ¿verdad?

—Es inhumano, es absurdo…

—¿Te has fijado bien en la cara de los leprosos, de los anormales, de los idiotizados, de los mendigos sucios, de los imbéciles, de los locos...?

—¿Y me vas a decir Cristo, que esas caras son tuyas y… y que te las ponga? No, no, imposible.

—¡Espera! no acabo aún... toma nota de esta última lista y no olvides ningún rostro: Tienes que ponerme la cara del blasfemo, del suicida, del degenerado, del ladrón, del borracho, del asesino, del criminal, del traidor, del vicioso. ¿No has oído? ¡Necesito que pongas todos esos rostros sobre el mío!

—No, no Señor —contesté—. ¡No entiendo nada! ¿Todos esos rostros miserables y corruptos sobre el tuyo, sagrado y divino?

—¡Sí, así lo quiero! ¿No ves que todos ellos pertenecen a esta pobre humanidad doliente creada por mi padre? ¿No te das cuenta que yo he dado la vida por todos? Quizá ahora comprendas lo que fue la Redención.

Y el cristo procede a explicarle el sacrificio vicario.

“Escucha: Yo, como Hijo de Dios, me hice responsable voluntariamente de todos los errores y pecados de la humanidad. Todo pesaba sobre mí. Mi Padre se asomó desde el cielo para verme en la cruz y contemplarse en mi rostro... Sobre mi rostro, vio sobrepuesta sucesiva y vertiginosamente las caras de todos los hombres. Desde el cielo, durante aquellas tres horas terribles de mi agonía en la cruz, contemplaba el desfile trágico de la humanidad vencida, mientras tanto, yo le decía: ‘¡Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen!’

“No era yo solo quien moría en la cruz, eran miles y miles de dolientes seres humanos, derrotados muchos por sus propias pasiones, por sus errores, por sus pecados. El desfile era terrible, repugnante, grosero. Mi Padre vio pasar sobre mi rostro la cara del soberbio; la del sectario, imaginando la destrucción de Dios, la del asesino frío y desalmado...

“Había labios repugnantes, ojeras hundidas marcadas con fuego de lujuria, alientos insoportables de ebriedad… sórdidos rictus de amargura y desesperación, turbadoras miradas de perversión y delito… toda la derrota y las lacras de una humanidad irredenta, la agonía, la muerte. Y mi Padre… Dios, las amó a todas y perdonó sus pecados”.1

Oh sí, el sacrificio de Cristo fue vicario. Nos sustituyó a todos en el castigo, y él sufrió la muerte que merecíamos para que nosotros gocemos la vida que solo él merece.

El sacrificio expiatorio

La palabra expiación significa “quitar la culpa”, “apaciguar la ira”. La sangre del cordero que moría en lugar del pecador, y que simbólicamente recibió los pecados del transgresor era introducida por el sacerdote en el santuario y rociada ante el velo interior. Lo mismo se hacía por todo el pueblo. Representaba la sangre de Cristo, que apaciguaría la ira de Dios contra el pecado y quitaría la condenación. Una vez al año se sacrificaba un macho cabrío por todo el pueblo, y su sangre se rociaba en el lugar Santísimo del Santuario, sobre la cubierta de una arca donde estaba la ley de Dios, en señal del perdón de todos los pecadores.

Eso hace Cristo con nuestros pecados. Ascendió a la presencia de su Padre, donde introdujo su sangre en el Santuario celestial, y ahí oficia para concedernos el perdón de nuestros pecados. Un día él saldrá del lugar Santísimo del Santuario celestial, donde oficia ahora, y vendrá para finiquitar el régimen del pecado y declararnos perdonados y redimidos.

En la cruz el Salvador realizó el sacrificio vicario: “Sobre Cristo como sustituto y garante nuestro fue puesta la iniquidad de todos nosotros. Fue contado por transgresor, a fin de que pudiese redimirnos de la condenación de la ley”.2 También en la cruz Jesús realizó el sacrificio expiatorio: Apacigua la ira de Dios contra nuestro pecado, nos quita la culpa, y nos declara absueltos si aceptamos el perdón.

La cruz y la esperanza

Cuando los labios de Cristo [crucificado] exhalaron el fuerte clamor: “Consumado es”, los sacerdotes estaban oficiando en el templo. Era la hora del sacrificio vespertino. Habían traído para matarlo el cordero que representaba a Cristo... el pueblo estaba mirando. Pero la tierra tembló y se agitó… con ruido desgarrador, el velo interior del templo fue rasgado de arriba abajo por una mano invisible… el sacerdote estaba por matar la víctima; pero el cuchillo cayó de su mano enervada y el cordero escapó. El símbolo había encontrado en la muerte del Hijo de Dios la realidad que prefiguraba.3

El cordero que moría representaba a Cristo, el cordero que escapó lo representa a usted si acepta la muerte de Cristo en su favor. Hágalo, porque en la cruz hay esperanza.

1. http://www.catolicidad.com/2014/02/breve-catecismo-catolico-biblico-y.html
2. Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes, p. 700.
3. Ibíd., pp. 704, 705.

Compartiendo esperanza mediante la Cruz

por Carmelo Mercado
  
Tomado de El Centinela®
de Mayo 2015