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La justicia divina reclama la muerte por tu pecado. Pero el amor del Cielo no puede verte morir.

En enero de 2015, mientras predicaba el evangelio en Mar del Plata, Argentina, me invitaron a hablarles a los presos de la cárcel, y acepté. Hay ahí un pabellón de la Iglesia Adventista del Séptimo Día llamado “Pabellones de Esperanza”. Al entrar en ese pabellón, impera la tranquilidad, la limpieza, la iluminación y el orden. Hay una nevera y los servicios sanitarios están pulcros. Contrasta con los alrededores. Esa misma tarde la policía tuvo que ingresar en el pabellón de enfrente a causa de un motín.

Aquella tarde, cuando les hablaba a los presos dentro del pabellón adventista, advertí la diferencia que ocurre en tu vida cuando eres alcanzado y aceptas el amor de Jesús, y ponderas lo que ocurrió hace dos mil años en el monte Calvario. Esa tarde entendí que aceptar a Jesús y su sacrificio en la cruz del Calvario puede cambiar la vida para siempre.

El Calvario

Era una mañana cálida, él transpiraba incesantemente. Durante la noche no pudo dormir. Y el camino al Gólgota, el lugar de la Calavera fue doloroso. Cristo fue golpeado con sadismo, azotado con látigos que en la punta tenían ganchos de hueso y de plomo, y con cada azote rasgaban la piel y herían los músculos. Fue golpeado con tanta saña que apenas podía mantenerse de pie bajo la pesada cruz.

La cruz es el símbolo universal del cristianismo. ¿Una cruz para el cristianismo? ¿Un instrumento de ejecución como logotipo de la iglesia de Dios? ¿La cruz, símbolo de salvación y transformación de muchas vidas? ¿La cruz? ¿Como pudo la cruz llegar a ese grado de gloria?

Es que la cruz es el lugar donde Dios perdonó a sus hijos, “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21). En la cruz se decantó la gracia, ese favor inmerecido que el hombre recibió de Dios. Allí, el Inocente murió por todos los hombres, pecadores, blasfemos, malvados. Allí se pagó con la sangre del Hijo de Dios el rescate de la humanidad. Y la justicia de Dios fue satisfecha.

Sin haber cometido falta alguna, Jesús fue crucificado entre dos malhechores. Fue tratado como un criminal sin merecerlo. En ese tiempo la cruz era la forma más inhumana y humillante de morir, y aún así Cristo intercedió ante su Padre por sus ejecutores: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (S. Lucas 23:34).

¿Por qué murió Jesús en la cruz del Calvario? ¿Por qué? ¿Por un deber moral? ¿Por una obligación celestial? ¿Por un requerimiento paternal? Dios no estaba obligado a hacer nada. Lo hizo por amor: esta es la razón para la cruz. Él ama al hombre.

San Juan dice en su Evangelio: “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (3:16).

Murió por amor

La misión de Jesús en la tierra fue motivada por su incomparable amor por cada ser humano, aunque nadie lo merezca. Él no entregó su vida en contra de su voluntad, no se vio obligado a hacerlo; la entregó porque nos ama. Dijo: “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar” (S. Juan 10:17, 18).

Murió para perdonar nuestros pecados

“Para que todo aquel que en él cree, no se pierda”. Dios entregó a su Hijo para que muriera en tu beneficio y en el mío. Nuestro Padre celestial no deseaba que nadie se perdiera, y sabía que por nosotros mismos no podíamos alcanzar el perdón de nuestros pecados, así que proveyó en Jesús el sacrificio perfecto que proveyera dicho perdón. “[Cristo] es mediador de un nuevo pacto, para que interviniendo muerte para la remisión de las transgresiones que había bajo el primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna” (Hebreos 9:15).

El profeta evangélico anunció siete siglos antes este sacrificio vicario: “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; más Jehová cargo en él el pecado de todos nosotros” (Isaías 53:6). Eso fue lo que hizo por ti. “La paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). La justicia divina reclama la muerte por tu pecado. Pero el amor del Cielo no puede verte morir. Así que esto fue lo que hizo: se despojó de su toga real y vino a la tierra para decirnos que moriría por nosotros, que sería nuestro Salvador. Y eso fue lo que hizo.

Murió para darnos vida eterna

“Para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. Todos sabemos que algún día nos llegará la hora de morir, que vamos de paso por este mundo: es inevitable. Pero luego de vencer al pecado y a los demonios, Jesús reveló lo que va a hacer para sacarnos de aquí, donde la muerte persigue y alcanza a todos, y la expresó en el evangelio de San Juan 14:1-3:

  1. La certeza. No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí.
  2. El lugar. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho.
  3. La promesa. Voy, pues, a preparar lugar para vosotros.
  4. El traslado. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis.

Esta promesa es la flecha divina que atraviesa todas las Sagradas Escrituras. Jesús prometió volver porque Dios lo envió a salvar a la humanidad. Lo envió a sufrir para que nosotros podamos tener gozo eterno. Lo envió a morir para que nosotros podamos vivir para siempre. Y lo enviará de nuevo, porque desea que tú y yo pasemos la vida eterna con él y con su Hijo Jesús en la ciudad celestial, sin pena ni dolor (ver Apocalipsis 21:1-4).

Tal es la grandeza de su amor.

Hoy, que recordamos el sacrificio de Jesús, al ponderar su gran amor y sus terribles sufrimentos con tal de salvarte y llevarte al cielo, ¿te gustaría aceptarlo como tu Salvador?


Alejandro Delgado es ministro cristiano. Escribe desde Hillsboro, Oregon.

El sentido de la cruz

por Alejandro Delgado
  
Tomado de El Centinela®
de Abril 2015