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En el pasillo de una iglesia conversaban cuatro hombres acerca de cuál versión de la Palabra de Dios es la mejor. Uno dijo: “La Reina Valera, porque posee un lenguaje bello y elocuente”. Otro prefirió la Nueva Versión Internacional. “Es literal —dijo— y fiel a los textos originales; por eso me da confianza”. El tercero optó por la versión Dios Habla Hoy, por su forma coloquial y su estilo contemporáneo más fácil de entender.

El último, sin vacilación alguna y sin explicación adicional, dijo: “Yo prefiero la traducción de mi jefe”. Los demás, intrigados, preguntaron: “¿Qué significa eso?” Uno de ellos agregó: “Tu jefe solo es un supervisor de almacenes. ¡Cómo puede haber traducido la Palabra de Dios si no sabe nada!” Con calma, el cuarto interlocutor respondió: “Mi jefe ha traducido las páginas de la palabra de Dios en su vida. Él vive el mensaje. Su traducción es la más perfecta que yo haya conocido”.

Un amigo me envió este relato por Internet. Él tiene que haberlo recibido de otro. Puede tener variaciones como todas las historias que circulan en una charla entre personas. Pero, ¿pasa lo mismo con las cosas que Dios dice? No; su Palabra es constante, siempre igual.

Ocurre con el Creador algo que no existe en la experiencia humana: Él sabe todas las cosas. Las conoce antes de que sean y durante el tiempo que son, siempre. Además tiene buena memoria. Nunca olvida nada; y como nada olvida, lo que dijo una vez lo volverá a decir exactamente igual.

Su palabra escrita es una revelación de sí mismo: lo que es y lo que sabe. En ella encontramos la verdad de su persona; la verdad sobre todo lo que existe, desde antes de su origen y hasta el final; la verdad acerca de las personas y sus experiencias de vida, las buenas y las malas. La verdad acerca del modo de superar las malas acciones, incluyendo la culpa, y la manera de mejorar las acciones buenas. La verdad acerca de Cristo y el evangelio, de la salvación y la vida eterna. La verdad de todo. En la verdad de Dios, su Palabra, existe un poder de vida: el mayor de todos los poderes necesarios en la experiencia humana: “Y conoceréis la verdad —dijo Cristo—, y la verdad os hará libres” (S. Juan 8:32). Libres del pecado. Como Cristo es la verdad, Jesús pudo decir a sus enemigos: “Si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (S. Juan 8:36).

¿Por qué posee este poder la Palabra de Dios? Porque procede de Dios y él la revela por inspiración. Instruyendo al joven Timoteo sobre el poder de la palabra divina, el apóstol Pablo dijo: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:16, 17; la letra cursiva es agregada).

¿Cómo opera la inspiración para transmitir conocimiento y poder? El apóstol Pedro, en una de sus cartas escritas para todos los cristianos del mundo entero, aclaró este asunto: Dios utilizó “santos hombres”, quienes “hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Pedro 1:21). La expresión “siendo inspirados” significa literalmente: su mente se movió hacia los pensamientos que Dios quería revelar. Ese movimiento generado por el Espíritu Santo es semejante al traslado de las hojas secas cuando el viento las sopla y las lleva de un lugar a otro. El Espíritu Santo trasladó sus mentes hacia los contenidos de la revelación divina, pero los santos hombres hablaron o escribieron esos contenidos con sus propias palabras. Eso explica la diferencia de estilos literarios de los diferentes escritores bíblicos; y aclara también la unicidad de contenido en toda la Biblia, a pesar de los diferentes ambientes y de las distintas épocas en las que ellos escribieron, a veces con diferencias de siglos, aun milenios.

Los escritores inspirados son responsables por el lenguaje, Dios por el contenido. Por causa del contenido revelador de Dios, en lugar de llamarse palabra de los profetas, la Biblia se llama Palabra de Dios o Sagradas Escrituras: la revelación de la verdad y del poder divino. Las Escrituras constituyen la expresión escrita de la voluntad de Dios y están revestidas de plena autoridad divina. Son verdaderas y autoritativas. Cuentan la historia verdadera acerca del origen de todas las cosas, comunican los inalterables principios morales de Dios, revelan la verdad acerca del gran conflicto entre el bien y el mal, explican el contenido del evangelio y la salvación por medio de Jesucristo. Cristo es el gran personaje de la Biblia.

Casi todas las personas pasan por momentos de depresión, aflicción o angustia, y aun de sufrimiento intenso, cuando se preguntan dónde pueden encontrar a alguien o algo que las oriente acerca de la forma de vivir una vida más agradable, feliz si fuera posible. Vivimos tiempos de incertidumbre por la persistencia de las crisis financieras, por la expansión de los disturbios sociales, por el aumento de la violencia y la inseguridad en las calles de las ciudades. A esto se suma la confusión moral de la sociedad, las intransigencias políticas, las discriminaciones de todo tipo. Además, el terrorismo que atemoriza al mundo entero. ¿Dónde encontrar orientación apropiada?

Hay una respuesta, y está muy a la mano. Casi todo el mundo conoce la historia de los amotinados del Bounty, aquel barco inglés cuya tripulación se amotinó y se lo llevó a la isla Pitcairn. La violencia se apoderó de ellos y poco a poco se fueron exterminando unos a otros. Hasta que un día, uno de ellos encontró una Biblia entre las cosas del barco y comenzó a leerla. Con el tiempo todos los sobrevivientes adoptaron los principios del evangelio anunciado en sus páginas. A medida que iban asimilando la verdad de Cristo, la violencia iba mermando, hasta que se detuvo la destrucción y la vida se tornó placentera para todos. La isla entera adoptó la fe cristiana para felicidad de todos.

En el mismo día de la resurrección de Cristo, dos discípulos caminaban hacia una aldea cercana a Jerusalén llamada Emaús, sin saber que el Señor había resucitado. De repente, un caminante se unió a ellos. Los ojos llorosos de los discípulos y su espíritu agobiado por la muerte de su Señor ocultaron la identidad del caminante. No lo vieron. Ni siquiera lo miraron. Pero él comenzó a explicarles el significado de lo ocurrido. Les recordó las profecías bíblicas: “Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían” (S. Lucas 24:27). Prácticamente les enseñó la Palabra de Dios como si ellos no la conocieran.

¿Cómo estudiar la Biblia para entenderla y para que ejerza todo su poder en nosotros?

En primer lugar: estudiar todas las Escrituras. En ese tiempo, las Escrituras estaban constituidas por todo el Antiguo Testamento: los escritos de Moisés, los primeros cinco libros maravillosos; los escritos de los profetas, con las profecías referidas a Israel, al resto del mundo y al Mesías, hoy casi todas cumplidas; los libros poéticos, como Job, Salmos, Proverbios, Cantar de los Cantares y Eclesiastés. El Mesías, el Ungido o el Cristo es el personaje más destacado en las profecías. Los cristianos incluimos el Nuevo Testamento en las Escrituras: los evangelios, las epístolas de Pablo, las epístolas universales, el Apocalipsis. Todos cuentan acerca de Cristo y su obra, mostrando el cumplimiento de las profecías antiguas acerca de él.

En segundo lugar, estar atento al poder convincente y transformador de la vida que emana de las Escrituras. Cuando los dos discípulos que iban camino a Emaús reconocieron a Jesús, él ya había partido. Entonces se decían uno al otro: “¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras? (S. Lucas 24:32).

Ese ardor de vitalidad y fuerza provino del Espíritu Santo, el mismo que guió la mente de los escritores bíblicos cuando recibieron la revelación divina.

Finalmente, permitir que Cristo mismo abra el entendimiento para comprender su Palabra. Después de que los dos discípulos entendieron lo que había ocurrido en la cruz, volvieron apresuradamente al aposento alto en Jerusalén, donde estaban los apóstoles con otros discípulos. Cuando ellos contaban lo que les había ocurrido con Jesús el Cristo resucitado, como corroborando sus palabras, apareció él mismo en persona y les dijo: “Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos” (S. Lucas 24:44). Y Lucas agrega: “Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras (vers. 45).

Quienquiera que estudie así la Palabra de Dios y así la comprenda, recibirá todo el beneficio intelectual de la verdad divina y se tornará testigo de todo su poder transformador, con vida nueva, segura y útil.


El autor es escritor y pastor de vastísima experiencia, ya jubilado; escribe desde California.

El poder de la Palabra

por Mario Veloso
  
Tomado de El Centinela®
de Enero 2012