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La resolución de las Naciones Unidas para este año es tan escueta como significativa: “La Asamblea General decide proclamar 2010 el Año Internacional de Acercamiento de las Culturas; y recomienda que, en el transcurso del año, se organicen actividades apropiadas relativas al diálogo, la comprensión y la cooperación entre religiones y culturas en pro de la paz”.

De niño, mi madre me leía una historia que quedó registrada para siempre en mi corazón: Cierta vez, un profeta de Dios llamado Elías huía de Jezabel, la mujer de un rey, malvada hasta los huesos. En la huida, el hombre de Dios se metió en una cueva en el Monte Horeb. Entonces fue visitado por Jehová, quien lo reprendió por su debilidad y lo desafió a que saliera y enfrentara el Todopoderoso. Elías salió de la cueva. Y pasó un viento, pero Dios no estaba en el viento. Y luego un terremoto; y tampoco estaba allí. Y luego un fuego. Y Jehová no se reveló en el fuego. Hasta que después de aquellas tremendas manifestaciones de la naturaleza, Elías escuchó “un silbo apacible y delicado” (ver 1 Reyes 19:1-12). Mi madre concluía el relato con palabras misteriosas para mi mente infantil: “Dios no se revela en el ruido sino en el silencio”.

Ciertamente, si a la paz, que es a lo que apunta la resolución de las Naciones Unidas, le tuviéramos que poner sonido, elegiríamos el silencio.

Dios no está en los medios de comunicación ni en la primera página de los periódicos ni en la televisión. Dios no está en Broadway. Dios está en el corazón del hombre. Y aun para quien no cree en Dios, pero cree en alguna verdad que hay que descubrir en la vida, esa verdad jamás se encontrará en el ruido, sino en la búsqueda silenciosa.

La cultura, que programa en gran medida nuestras actitudes, tampoco se forma en el ruido, sino en el silencio. La cultura nace en la familia. Se forja en el yunque del ejemplo anónimo y silencioso de cada persona. La cultura transmite valores y dona sentido a la vida de los hombres. Por eso, el Diccionario de la Lengua Española la define como “ese conjunto de manifestaciones en que se expresa la vida y la tradición de un pueblo”. La cultura es más que saber, más que conocimiento, más que desarrollo tecnológico. El saber no trae automáticamente paz y piedad: Ha ocurrido en la historia que hombres cultos que amaban a Brahms o a Goethe han sido capaces de organizar campos de exterminio.

Sabemos que la historia de la humanidad ha sido escenario de la cultura del colonialismo, del racismo, de la intolerancia, de la guerra. En esto yace la importancia de la resolución de las Naciones Unidas. La pregunta es: ¿Qué podríamos hacer cada uno de nosotros para transmitir en el medio en que nos toca vivir la idea de que la diversidad cultural y étnica es buena? Creo que tenemos que mirar a los que vienen detrás de nosotros. A nuestros hijos. Debemos decirles que no nos volvemos iguales negando la existencia de la diversidad. Debemos decirles que Dios creó rostros diferentes. Debemos decirles que cada persona expresa en su modo de vestir, en sus comidas y costumbres los valores de su cultura.

Digamos a nuestros hijos que es normal que en un primer momento la diversidad de los otros no nos guste, pero que ser diferentes no significa ser malos. Nos hacemos malos cuando queremos impedir a los demás que sean diferentes. Digamos a los niños que las diferencias hacen del mundo un lugar interesante para vivir. Si no hubiese diferencias, no podríamos entender siquiera quiénes somos: No podríamos decir yo, porque no tendríamos un a quien mirar. Digámosles que igualdad significa que cada uno tiene derecho a ser distinto a todos los demás.

Entonces, en el silencio y anonimato del hogar y nuestro ejemplo, estaremos forjando un hombre nuevo. Dios se estará revelando. Y estaremos ayudando a cumplir la resolución de las Naciones Unidas para este año.


El autor es editor asociado de El Centinela.

2010: El año de la tolerancia

por Ricardo Bentancur
  
Tomado de El Centinela®
de Enero 2010