Número actual
 

Las galaxias, las estrellas, los planetas y la naturaleza son regidos o gobernados por leyes físicas, químicas o biológicas del Creador todopoderoso. En cambio, los seres humanos racionales, que gozamos de libertad para decidir y actuar, tenemos el privilegio de gobernarnos a nosotros mismos mediante las diez reglas morales que provienen de Dios.

De acuerdo a las Sagradas Escrituras, el Creador del universo, movido por su infinita sabiduría y por su gran amor hacia sus criaturas, elaboró diez reglas básicas (ver Éxodo 20:3-17) que regularían la relación de los seres humanos con su Creador y con sus semejantes, y expresarían los grandes principios del carácter de su autor. Esas diez reglas de Dios, conocidas también como los Diez Mandamientos (Éxodo 34:28; Deuteronomio 4:13; 10:4), las palabras del pacto (Éxodo 34:28), las tablas del pacto (Deuteronomio 9:9, 11, 15), las dos tablas del testimonio (Éxodo 32:15; 34:29) y el testimonio (Éxodo 25:16, 21), son muy singulares entre las leyes o estatutos de la Santa Biblia.

Antes de abordar esta característica de las diez reglas de Dios, veamos en primer lugar cuál es el requerimiento de cada una de ellas. El orden de cada regla sigue la tradición de los judíos y cristianos protestantes, y está basado en la Biblia.

Las reglas de Dios

por Samuel Núñez
  
Tomado de El Centinela®
de Agosto 2009
  

Judíos Cristianos Protestantes
I Yo soy el Señor tu Dios No tendrás dioses ajenos delante de mí
II No tendrás dioses ajenos delante de mí No te harás imagen de ninguna cosa
III No tomarás el nombre del Señor tu Dios en vano No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano
IV Recuerda el sábado para santificarlo Recuerda el sábado para santificarlo
V Honra a tu padre y a tu madre Honra a tu padre y a tu madre
VI No matarás No matarás
VII No cometerás adulterio No cometerás adulterio
VIII No hurtarás No hurtarás
IX No hablarás contra tu prójimo falso testimonio No hablarás contra tu prójimo falso testimonio
X No codiciarás ninguna cosa que le pertenezca a tu prójimo No codiciarás ninguna cosa que le pertenezca a tu prójimo

La singularidad de las diez reglas de Dios

Sin lugar a dudas, las diez reglas de Dios (ver Éxodo 20:3-17) son muy singulares entre todas las leyes de la Biblia, por varias razones. En primer lugar, ellas son muy singulares porque fueron reveladas o proclamadas de manera pública y audible en el Monte Sinaí, en medio de grandes manifestaciones naturales y sobrenaturales tales como truenos, relámpagos, fuego, humo, temblor de tierra, sonido de trompeta y voz tronante (Éxodo 19:16-19; Deuteronomio 4:11, 12). En segundo lugar, ellas son muy singulares porque fueron escritas originalmente en dos tablas de piedra por el dedo de Dios (Éxodo 32:16; Deuteronomio 4:13; 5:22; 9:10). Y en tercer lugar, ellas son muy singulares porque fueron guardadas por el pueblo de Israel dentro del arca del Lugar Santísimo del Santuario de Dios (ver Éxodo 25:16, 21, 22). En cambio, las otras leyes y reglamentos de los sacrificios del Santuario fueron puestos a un lado del arca del pacto del Señor (ver Deuteronomio 31:26).

Esta singularidad de las diez reglas de Dios, en lo que respecta a su origen, revelación y custodia, las colocan a un nivel superior de las otras instrucciones o mandatos de las Sagradas Escrituras.

Las diez reglas de Dios y los dos pactos

Estas diez reglas de Dios, que fueron reveladas de manera sobrenatural y en medio de grandes manifestaciones de la naturaleza, fueron la base o el corazón del pacto de Dios con el pueblo de Israel, conocido como el antiguo pacto. Sin embargo, esas diez reglas de Dios de ninguna manera fueron exclusivas del antiguo pacto, sino que también lo son del nuevo pacto de Dios con la iglesia cristiana. Esta declaración se apoya y afirma en las palabras del profeta Jeremías que dicen: “He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos, dice Jehová. Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; Y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo (Jeremías 31:31-33).

Como podemos notar, estas palabras del profeta Jeremías hablan de “un nuevo pacto” que Dios haría “con la casa de Jacob y Judá” en el futuro, y que en cierta forma dicho pacto sería distinto del antiguo pacto que Dios había hecho con sus padres. Además, notamos en las palabras del profeta Jeremías que la diferencia entre el antiguo y el nuevo pacto radicaría en que el “nuevo pacto” sería puesto en las mentes de los israelitas y escrito en sus corazones. En otras palabras, la base o el contenido de los dos pactos es el mismo conjunto de las diez reglas de Dios. Sin embargo, ambos pactos se diferencian por el hecho de que el antiguo fue escrito en tablas de piedra y el nuevo es puesto en las mentes del pueblo de Dios y escrito en sus corazones. Además notamos en la epístola a los Hebreos que el antiguo pacto tenía también reglamentos de sacrificios que debían ofrecerse en el Santuario para expiar el pecado del pueblo de Israel (ver Hebreos 9:1-10). Pero el nuevo pacto difiere del anterior en el hecho de que tiene un mejor sacrificio y un mejor mediador en la persona del Señor Jesús.

Esta realidad del antiguo y el nuevo pacto nos ayuda a entender que las diez reglas de Dios siempre han ocupado un lugar en el plan de salvación de los seres humanos, desde el pacto que Dios hizo con Israel hasta el pacto que Dios ha hecho con la iglesia cristiana. Por esta razón la idolatría, la falta de respeto al nombre de Dios, la observancia de cualquier otro día que no sea el sábado, la falta de respeto a los padres, matar, adulterar, robar, levantar falso testimonio y codiciar la propiedad ajena son violaciones o transgresiones a las reglas de Dios que fueron elaboradas tanto para el bienestar y felicidad individual de cada ser humano como para el bienestar y felicidad colectiva de toda la sociedad humana.

Las diez reglas de Dios y su función en la salvación del ser humano

Las diez reglas de Dios nunca tuvieron en el pasado, como tampoco lo tienen en el presente, la función de salvar al ser humano del pecado y la muerte eterna. Esta limitación de las diez reglas de Dios se presenta de manera clara en las Sagradas Escrituras. Allí encontramos que ellas no tienen la función de salvar o justificar al ser humano por la sencilla razón de que la naturaleza humana es pecaminosa y ella por sí misma no puede obedecer la santa ley de Dios (ver Romanos 7:15-23; 8:3). Además, las mismas Sagradas Escrituras declaran que la función real de esas diez reglas de Dios siempre ha sido y continúa siendo la de señalar la iniquidad, la rebelión o el pecado (1 Juan 3:4; Santiago 2:8-12; 4:17; S. Mateo 5:22, 28, 34-37), que lleva al ser humano a la muerte eterna si éste no se arrepiente de su maldad y no acepta al Señor Jesús como su Salvador personal (Romanos 6:23). Por otro lado, las Sagradas Escrituras presentan claramente que Dios (S. Juan 3:16), el Señor Jesús (Romanos 5:8-10; 7:24, 25; 2 Corintios 5:21; Gálatas 4:4-6) y el Espíritu Santo (Romanos 8:2; Gálatas 4:6, 7) son los únicos que pueden y tienen la función de efectuar la salvación o justificación del pecador.

La obediencia puede ser una evidencia de confianza en Dios

En la actualidad existen muchas personas que mantienen el concepto equivocado de que la obediencia a las diez reglas de Dios es legalismo o un método de salvación por obras. Sin embargo, este concepto de obediencia no armoniza con la Palabra de Dios ni es saludable para la sociedad humana.

Este concepto es equivocado porque el Señor Jesús y sus apóstoles se deleitaron en obedecer a Dios o prefirieron obedecerlo antes que hacer la voluntad de los hombres, y esto no los hizo legalistas. El mismo Señor Jesús afirmó que él siempre hacía la voluntad de su Padre (ver S. Juan 8:29), y sus apóstoles reconocieron que era “menester obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5:29) y que el Espíritu Santo es dado por Dios “a los que le obedecen” (Hechos 5:32).

Por otro lado, las Sagradas Escrituras mantienen que el legalismo o la salvación por obras no es el método correcto para alcanzar la salvación, ya que todo lo que el ser humano realiza por cuenta propia está contaminado con el egoísmo, el orgullo y la maldad. Esta es la razón por la cual el ser humano no puede salvarse por sus propios esfuerzos o méritos. Y si de alguna manera él pudiera hacerlo, entonces no hubiera habido necesidad de que el Señor Jesús hubiera muerto en su lugar. Pero como el ser humano no puede salvarse por sus propios méritos, Dios tomó la responsabilidad de que el Justo muriera por los injustos, el Santo por los pecadores y el Inocente por los culpables en la persona de Cristo. De esta manera ha mostrado Dios su grande amor hacia los seres humanos.

Por lo tanto reafirmamos que el ser humano no puede salvarse por sí mismo de la muerte eterna mediante la obediencia a las diez reglas de Dios, sino solamente por la fe en el gran sacrificio expiatorio del Señor Jesús. Sin embargo, la verdadera fe en el sacrificio expiatorio del Señor Jesús no se opone a la obediencia de los Diez Mandamientos, sino que la fe mediante la gracia divina logra producir en el ser humano el deseo de obedecer los mandamientos de Dios y las enseñanzas del Señor Jesús, quien se dio a sí mismo para salvar al ser humano.

En otras palabras, la fe genuina en el Señor Jesús no es incompatible con la obediencia a las diez reglas de Dios, sino que ella, por la gracia de Dios produce en el ser humano el deseo de obedecer a la santa ley de Dios. Dicho de otra manera, la fe genuina en el Señor Jesús y la obediencia a Dios por amor no son antagonistas o incompatibles ente sí, sino que la obediencia a Dios por amor es el fruto o resultado de la fe genuina en el Señor Jesús. Y estos dos elementos, la fe pura y la obediencia por amor, se manifestaron de manera armoniosa en la vida del Señor Jesús y en la vida de sus apóstoles. Y Dios espera ver este mismo resultado o realidad en cada una de sus criaturas.

Conclusión

En conclusión podemos decir que los grandes principios del amor y la justicia, expresados en las diez reglas de Dios, fueron dados para la felicidad y el bienestar de todos los seres humanos. Por tal motivo es muy importante que todos nosotros reconozcamos la importancia de esas diez reglas de Dios, y por su gracia y nuestro amor hacia él podamos obedecerlas de corazón y con alegría, para la gloria de Dios y para nuestra propia felicidad.