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Yo asisto a una iglesia cuya feligresía está compuesta en un 80 por ciento de inmigrantes hispanos. Es una de las iglesias de más rápido crecimiento entre inmigrantes en los Estados Unidos. Esta proliferación de congregaciones hispanas a lo largo de este país refleja el crecimiento de las iglesias en los países de origen de la mayoría de estos inmigrantes.

La mayoría de los inmigrantes vienen de Latinoamérica, luego sigue Asia, Europa y África, en ese orden. El flujo continuo de inmigrantes ha hecho de la inmigración uno de los temas más discutidos de nuestros tiempos, aunque los políticos norteamericanos han decidido que es un tema tan explosivo que el silencio es la mejor opción. Ya sea que uno favorezca la llegada de los nuevos habitantes del país o no, el caso es que éstos traen muchas aportaciones a muchos aspectos de la vida norteamericana.

En este caso particular, me gustaría concentrarme en el tema de la salud. Los estudios que se han llevado a cabo alrededor del país, en las áreas de alta concentración de inmigrantes, han mostrado un fenómeno muy interesante. La primera generación de inmigrantes de bajos ingresos, muestran un cuadro de salud similar o superior a su contraparte norteamericana de clase media. Así que a pesar de su pobreza, que usualmente es uno de los mayores determinantes de la salud, los inmigrantes recién llegados tienen una salud similar o mejor que la del norteamericano angloparlante cliente de Starbucks o Nordstrom. A esto, los investigadores lo han denominado “La paradoja latina”.

El investigador de UCLA (Universidad de California en Los Ángeles), el Dr. David Hayes Bautista, acuñó el término cuando notó esta anomalía entre los inmigrantes mexicanos que viven en el sur de California. Desde ese entonces, otros investigadores han confirmado el mismo fenómeno, no solo entre los inmigrantes latinos procedentes de México y otros países latinoamericanos, sino también entre los inmigrantes del África y del Medio Oriente en Europa.

Lo interesante de esta paradoja latina o inmigratoria es que esta ventaja en la salud no se transmite a las próximas generaciones. De hecho, los hijos y los nietos de los inmigrantes pobres, si se mantienen en el mismo estatus socioeconómico bajo comienzan a mostrar deterioro en la salud. Incluso la diabetes, el enemigo número uno de la salud en la comunidad hispana en los Estados Unidos, abunda más entre la segunda y la tercera generación de hispanos que entre los que ha llegado recientemente al país. Aparentemente hay un factor cultural de protección que compensa el impacto de la pobreza sobre la salud. Y créanme, son generalmente los pobres los que llevan la carga de las enfermedades en las sociedades alrededor del mundo.

¨Qué es lo que tiene la cultura hispana que contribuye a nuestra salud? Los científicos todavía están intentando responder a esta pregunta. Hay múltiples factores que parecen influir sobre nuestra salud y que cambian según nos “aculturamos” y nos tornamos “más norteamericanos”. Algunos de éstos son: los niveles de estrés, los patrones del sueño y la nutrición.

Consideremos la última. Veamos lo que comían nuestros abuelos antes de venir a los Estados Unidos y después de llegar: frijoles, garbanzos, lentejas, maíz, calabaza y fruta fresca. Consideremos entonces lo que comen los niños hispanos en la escuela o el centro comercial: hamburguesas, pizza, alimentos refinados, acompañado de sodas y otras bebidas azucaradas. No es extraño que tengamos una epidemia de diabetes y obesidad infantil. De hecho, algunos opinan que esta quizá es la primera generación de personas que morirá antes que sus padres. ¡Esto es tremendamente alarmante!

La dieta de nuestros padres

Parece que nos conviene regresar a la “dieta original” de nuestros abuelos: tortillas, frijoles y calabaza. Algunos piensan que se trata de una comida “perfecta”. Maíz, frijoles y calabaza, productos propios del continente americano, se encuentran en la alimentación tradicional de poblaciones desde el norte hasta el sur de América. Los indios americanos plantaban las tres semillas juntas porque se ayudaban unas a otras a crecer. El maíz proveía sombra a los frijoles y las calabazas, y un tronco para que se enredasen los frijoles. La calabaza proveía las grandes flores y atraía las abejas encargadas de la polinización. Por su parte, los frijoles le añadían nitrógeno a la tierra y esto beneficiaba al maíz y la calabaza. Los iroquois de Norteamérica tenían un dicho, “cuida a las tres hermanas y ellas te cuidarán a ti”. El mismo beneficio que estas plantas se proveen entre sí en el huerto, también se traduce en beneficios nutricionales para aquellos que incluyen estas “tres hermanas” en su régimen alimentario.

Veamos lo que estos tres alimentos nos ofrecen. En primer lugar, el maíz contiene las vitaminas C, A y B, thiamina, folato y potasio. El maíz amarillo también es rico en betacaroteno. Como en el caso de muchos otros alimentos, es mejor comer el maíz fresco, con poco tiempo de almacenaje.

Los beneficios de cada uno de los nutrientes contenidos en el maíz son importantes. Los beneficios de la vitamina C son vastos, incluyendo la reparación de tejidos, la reducción de la presión arterial, la producción de insulina, la protección contra el cáncer y la neutralización de algunos de los efectos dañinos de la contaminación. La vitamina A promueve la función de los ojos. El complejo B ayuda a regular el metabolismo y produce energía. El folato es importante durante los periodos de crecimiento rápido como la adolescencia y el embarazo. El potasio ayuda con la función de los riñones, el corazón y los músculos lisos.

Los frijoles proveen cinco veces más fibra que el pan de trigo integral y más proteína sin grasa que la carne magra. Esto es muy importante dada la elevada tasa de cáncer del colon, el tercer cáncer más común en los Estados Unidos. Los frijoles también son ricos en potasio, hierro (importante durante el embarazo y en la lucha contra la anemia), el magnesio, la vitamina B y el ácido fólico, que proporciona un grado importante de protección contra las enfermedades del corazón y los defectos neurológicos en el feto. La deficiencia de magnesio está conectada con las alergias, la migraña, la fibromialgia, el asma y otras condiciones crónicas. Los diabéticos debieran advertir que comparados con otros carbohidratos, los frijoles se digieren lentamente, lo que causa un efecto mucho menos dramático en los niveles de azúcar en la sangre. Los frijoles también hacen sentir a la persona llena y la mantienen satisfecha durante más tiempo que otros carbohidratos.

La calabaza, especialmente la de color anaranjado, contiene altos niveles de betacaroteno, que cuando se convierte en vitamina A, ayuda a la salud de los ojos y a fortalecer el sistema inmunológico. Los estudios han mostrado que los hombres que tienen una dieta rica en betacaroteno son menos propensos a contraer cáncer.

La sabiduría de la dieta de nuestros padres y abuelos ha sido validada por la ciencia después de muchos años. ¿Cómo nos aseguramos de que no se pierda esta tradición? Quizá debiéramos pensar en maneras de celebrar la cultura hispana durante todo el año —no solo durante el mes de la Herencia Hispana—, comiendo saludable y enseñándoles a nuestros hijos a valorar y disfrutar la alimentación tradicional de nuestros países de origen.

Mantengamos viva nuestra cultura y contribuyamos a la cultura popular con las ventajas que los inmigrantes traemos a este país, incluyendo los ricos y saludables platos de nuestra tradición culinaria. A esta alimentación, sumemos el ejercicio. La idea es adoptar lo mejor de la nueva cultura y mantener lo mejor de la vieja, sin perder nuestra salud por causa de nuestra integración.

Según los hijos de los inmigrantes se van integrando a la corriente popular de la cultura norteamericana, ¿habrá un efecto similar en la vida espiritual de la segunda generación? ¿Perderán también nuestros hijos su conexión con la fe religiosa? Ojalá que aprendamos a adaptarnos a la nueva cultura, sin perder nuestra identidad, nuestros valores o nuestro amor por la unidad de la familia. Estar lejos de nuestros países nos hace más propensos a depender de la bondad de nuestro Creador. Sería maravilloso que además de adquirir o mantener una buena salud física, podamos gozar de una mejor salud espiritual. Por eso la Biblia nos dice en las palabras del apóstol Juan: “Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma” (3 Juan 2).



El autor es profesor de Salud Global en la Escuela de Salud Pública de la Universidad Loma Linda, en Loma Linda, California. También es asistente al vicepresidente para las relaciones con la comunidad y asuntos de diversidad de la misma institución.

La paradoja de la alimentación del hispano

por Juan Carlos Belliard
  
Tomado de El Centinela®
de Febrero 2009