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Este editorial se trata de Lance Armstrong y de lo que nos ha enseñado en vida.

La noticia de un cáncer es universalmente devastadora. Pero como todas las cosas en esta vida, la forma que toma la tragedia es particular: cada uno la enfrenta a su modo. Cada uno soporta en su propio cuerpo toda la incertidumbre, la desesperanza, el vacío interior y el profundo cambio en la visión de la vida.

Sin menoscabo de los tipos de cáncer, el del seno y el testicular tienen el agravante de afectar la identidad sexual de la persona. La imagen de la feminidad y de la masculinidad. Los enfermos no sólo deben luchar por sus vidas, sino también por mantener su identidad, o la idea de ella.

Si acaso el cáncer, además, mata la posibilidad de ser padre o madre cuando aún no se ha experimentado la paternidad o la maternidad, el mundo desaparece.

Lance Armstrong decidió luchar por su vida y por el regalo de un hijo: Congeló su esperma antes de empezar el tratamiento contra un cáncer testicular que amenazaba expandirse rápidamente por todo su organismo. (De hecho, pronto el cáncer tomó sus pulmones y su cerebro.) A la vez que recibía la quimioterapia, Armstrong desarrolló tal motivación por vivir, que pocos años después no sólo iba a ser papá, sino que, además, iba a convertirse en una leyenda viviente al ganar siete veces consecutivas el reto deportivo más fuerte del mundo: el Tour de France. Nadie jamás logró tal hazaña. ¿Alguien logrará nuevamente ese logro deportivo?

Pero Armstrong fue más allá. Durante su convalecencia, creó un fondo de lucha contra el cáncer a través de un sistema de aportaciones sui géneris: la compra de un brazalete amarillo —del color de la malla del líder del Tour?— con la insignia Live Strong (vive con entereza, o vive fuerte), que resulta de una combinación de palabras entre el apellido de su creador y su propia vivencia. El resultado ha significado decenas de millones de dólares para el combate contra el cáncer y la expansión de un concepto distinto de la vida.

Cuando vi a Lance Armstrong ganar la vigésima etapa del Tour de France hace pocos meses, en una contrarreloj individual, me di cuenta de que con su pedaleo no solo vencía otra vez a la muerte, sino que además se vengaba de los fantasmas y de los miedos que lo persiguieron. Fue un grito de victoria contra esa enfermedad que tanto dolor y ausencia produce cada día. Un grito de victoria contra la muerte. Un grito que dio no sólo por sí mismo, sino por todos los que padecen cáncer.

Como cristianos, no podemos dejar de pensar en otra victoria: la que Jesucristo logró contra el cáncer del pecado, que produce la muerte eterna.

Así como Armstrong alcanzó a percibir el valor de su nombre después de su enfermedad, y le hizo honor con su vida, quienes han recibido un nombre nuevo, gracias a la redención que es en Cristo Jesús, pueden alabar a Dios por todo el poder, la esperanza y la victoria que se esconde en su Nombre.

Hoy, las pulseras de caucho sintético hacen eco del mensaje de Armstrong: Live Strong. Las vidas transformadas por el poder de Cristo hacen eco del mensaje divino: Vive con esperanza, “la muerte ha sido absorbida en victoria” (1 Corintios 15:54).

Finalmente, una última analogía, en 1 de Corintios 9:24-27, San Pablo nos aconseja: “¿No saben que en una carrera todos los corredores compiten, pero sólo uno obtiene el premio? Corran, pues, de tal modo que lo obtengan. Todos los deportistas se entrenan con mucha disciplina. Ellos lo hacen para obtener un premio que se echa a perder; nosotros, en cambio, por uno que dura para siempre” (NVI, La Biblia en Lenguaje Sencillo).



Lance Armstrong: Un mensaje de vida

por Ricardo Bentancur
  
Tomado de El Centinela®
de Enero 2006