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“Dios no creó el universo, y el Big Bang fue la consecuencia inevitable de las leyes de la física”, señala el eminente físico británico Stephen Hawking en su nuevo libro The Grand Design (El gran diseño). Esta obra publicada a principios de septiembre de este año fue coescrita con el físico estadounidense Leonard Mlodinow.

En su libro, el científico británico afirma: “Dado que existe una ley como la de la gravedad, el universo pudo y se creó de la nada. La creación espontánea es la razón de que haya algo en lugar de nada, es la causa por la que existe el universo, de que existamos... No es necesario invocar a Dios como el que encendió la mecha y creó el universo”.

Hawking, de 68 años, profesor de matemáticas en la Universidad de Cambridge, la cátedra de Isaac Newton, solo puede hablar a través de un sintetizador de voz conectado a una computadora, porque tiene una distrofia neuromuscular que ha avanzado en los últimos años y lo ha dejado prácticamente paralizado desde su juventud. Su convicción atea acerca del origen es consecuente con su pesimismo acerca del destino de la humanidad. Recientemente, en declaraciones recogidas por Andrew Dermont, responsable del portal de Internet Big Think, el físico teórico afirmó que “ha llegado el momento de liberarnos de la Madre Tierra, porque el planeta se está calentando, la población crece a un ritmo exponencial y los recursos naturales vitales se agotan… Tenemos que empezar a pensar seriamente cómo nos liberaremos de los límites de este planeta agonizante”.

Para Hawking, si el hombre no logra “mudarse” a otro planeta habitable, lo cual ve improbable porque “hay algunos impedimentos biológicos”, la humanidad desaparecerá.

¿Estaremos limitados a este sentido trágico? ¿No hay otra explicación para la vida que la de la Física?

¿Qué dice la Biblia de la condición del hombre?

El desierto se había convertido en una pesadilla de serpientes. Los reptiles se arrastraban bajo las ollas, se enrollaban en las estacas de las tiendas, acechaban entre los juguetes de los niños, o se ocultaban en los rollos de la ropa de cama. Sus colmillos se hundían profundamente e inyectaban su veneno mortífero en la carne de sus víctimas. El desierto que una vez había sido el refugio de Israel, se convirtió en su cementerio. Centenares de niños, mujeres, hombres y ancianos yacían agonizantes. Entonces, el pueblo buscó a Moisés en búsqueda de consejo y ayuda. “Y Moisés oró por el pueblo”.

La respuesta de Dios no se hizo esperar: Debían hacer una serpiente y levantarla en alto; todos los que la miraran, vivirían. El relato de estos hechos se encuentra en el cuarto libro de la Biblia: “Y Moisés hizo una serpiente de bronce, y la puso sobre una asta; y cuando alguna serpiente mordía a alguno, miraba a la serpiente de bronce y vivía” (Números 21:7, 9).

¡Extraño símbolo de Cristo y la salvación! Así como sobre el poste fue levantada la imagen de las serpientes que inyectaban el veneno de la muerte, también Jesús, hecho “en semejanza de carne de pecado” (Romanos 8:3), había de ser levantado en la cruenta cruz del Calvario (Juan 3:14, 15). Cristo se hizo pecado, tomando sobre sí mismo los pecados de todo ser que haya vivido o vivirá en este planeta: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21). Al mirar a Cristo, la humanidad sin esperanza puede hallar vida. En él encuentra su destino.

¿Por qué fue necesario el nacimiento de Cristo?

Navidad: Una apuesta a la esperanza

Con el nacimiento de Jesucristo, la encarnación del Hijo de Dios, comienza a concretarse el plan de Dios para rescatar al mundo perdido. Dice la Biblia: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna (Juan 3:16). En el plan divino, el Hijo fue “destinado desde antes de la fundación del mundo” para salvar al hombre y abrirle una puerta de esperanza a la humanidad (1 Pedro 1:19, 20).

Dice la Escritura que tan pronto como Adán y Eva pecaron, Dios les dio esperanza: Les prometió introducir una enemistad sobrenatural entre la serpiente y la mujer, entre su simiente y la de ella. En la misteriosa declaración de Génesis 3:15, la serpiente y su descendencia representa a Satanás y sus seguidores; la mujer y su simiente simboliza al pueblo de Dios y al Salvador del mundo. Esta declaración fue la primera afirmación de que la controversia entre el bien y el mal terminaría en la victoria del Hijo de Dios. Sin embargo, la lucha sería cruenta y dolorosa: “Esta [el Salvador] te herirá en la cabeza [a Satanás], y tú [Satanás] le herirás [al Salvador] en el calcañar” (Génesis 3:15). Nadie saldría incólume del conflicto.

Desde ese momento, la humanidad comenzó a esperar la venida del Prometido. Las profecías del Antiguo Testamento aseguraban que cuando llegara el Salvador prometido, el mundo tendría evidencias que confirmarían su identidad.

Predicciones acerca de un Salvador. Dios prometió que el Salvador —el Mesías, el Ungido— surgiría del linaje de Abrahán: “En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra” (Génesis 22:18). El profeta Isaías predijo que el Salvador vendría como un Hijo varón y que sería tanto humano como divino: “Porque un Niño nos es nacido, Hijo nos es dado y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz” (Isaías 9:6). Este Redentor ascendería al trono de David y establecería un reino eterno de paz (Isaías 9:7). Belén recibiría al Prometido (Miqueas 5:2).

Confirmando la profecía de Isaías 7:14, el Nuevo Testamento describe su nacimiento sobrenatural: “He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Emmanuel, que traducido es: Dios con nosotros” (S. Mateo 1:23).

Además, la Biblia profetiza que el Mesías sufriría el rechazo de la gente. Lo considerarían como “raíz de tierra seca; no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos. Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto… y no lo estimamos” (Isaías 53:2-4).

Uno de sus amigos lo traicionaría (Salmo 41:9) por treinta piezas de plata (Zacarías 11:12). Durante su juicio lo escupirían y lo azotarían (Isaías 50:6). Quienes lo ejecutasen echarían suertes por sus ropas (Salmo 22:18). Ninguno de sus huesos habría de ser quebrado (Salmo 34:20), pero su costado sería traspasado (Zacarías 12:10). No se resistiría, sino que “como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca” (Isaías 53:7).

El Salvador identificado. Únicamente Jesucristo ha cumplido estas profecías. Las Escrituras trazan su genealogía hasta Abrahán, llamándolo el Hijo de Abrahán (S. Mateo 1:1), y Pablo afirma que la promesa hecha al patriarca Abrahán y a su simiente se cumplió en Cristo (Gálatas. 3:16). Muchas veces Cristo fue llamado “Hijo de David”, o Mesías (S. Mateo 21:9).

Un decreto romano condujo a sus padres a Belén, lugar predicho para el nacimiento del Mesías (S. Lucas 2:4-7). Jesús identificó su misión con la profecía de Isaías 61:1, 2: “Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros” (S. Lucas 4:17-21).

Hacia el final de los tres años y medio del ministerio de Jesús, Judas Iscariote —un discípulo— lo traicionó (S. Juan 13:18; 18:2) por treinta piezas de plata (S. Mateo 26:14, 15). En vez de resistirse, Cristo reprendió a sus discípulos por tratar de defenderlo (S. Juan 18:4-11). A pesar de ser inocente de cualquier crimen, menos de 24 horas después de que fuera arrestado, había sido escupido, azotado, juzgado, condenado a muerte y crucificado (S. Mateo 26:67; S. Juan 19:1-16; S. Lucas 23:14, 15). Los soldados echaron suertes sobre su ropa (S. Juan 19:23, 24). Durante su crucifixión, ninguno de sus huesos fue quebrado (S. Juan 19:32, 33, 36); y después que murió, los soldados atravesaron su costado con una lanza (S. Juan 19:34, 37).

La Biblia revela que Dios envió a su Hijo al mundo “cuando vino el cumplimiento del tiempo” (Gálatas 4:4). Cuando Cristo comenzó su ministerio, proclamó: “El tiempo se ha cumplido” (S. Marcos 1:15). La primera Navidad fue el cumplimiento del programa profético de Dios en la historia.

Y así como se cumplió el plan profético de Dios en la primera venida de Cristo, se cumplirá también en la segunda venida. En Apocalipsis 22:12, leemos: “Ciertamente vengo en breve”. Jesús volverá pronto para inaugurar su reino de gloria.

En estos días de Navidad recordamos el nacimiento del Hijo de Dios. Reavivemos entonces la esperanza de toda la humanidad: El hombre fue creado por Dios para un destino eterno. ¿Lo cree usted?

Navidad: Origen y destino de la humanidad

por Ricardo Bentancur
  
Tomado de El Centinela®
de Diciembre 2010