Suena el teléfono a las tres de la madrugada de una fría noche de invierno. Del otro lado se oye la voz llorosa y angustiada de Héctor, un joven de 25 años que había asistido a una cruzada evangelizadora que dirigí hacía algunos años.
“Disculpe que lo despierte —dijo el joven—. No aguanto más, las noches se me hacen eternas. Yo asisto todas las semanas a la iglesia, hago todo lo que puedo por ser bueno, pero sigo sintiendo atracción hacia el pecado. No soy feliz. Pensé que todo sería diferente ahora que asisto a una iglesia, pero eso no es así, el pecado me sigue gustando. Soy un fracaso. No quiero vivir más de este modo. Estoy atrapado por las drogas, el alcohol y la pornografía. Aunque le parezca mentira, esto me duele mucho y ya no lo aguanto”.
Tristemente, la historia de Héctor no es única; se repite a diario en miles de personas, jóvenes y adultos. Las iglesias están llenas de seres humanos que no han descubierto cuál es el secreto para ser victoriosos y gozar una vida feliz y libre de remordimiento. Muchas personas me preguntan: ¿Cómo puedo sentirme aceptado y perdonado por Jesús? ¿Cómo puedo tener la seguridad de que mi pecado ha sido limpiado?
Hay una historia bíblica que nos ilustra esto. “Habiendo entrado Jesús en Jericó, iba pasando por la ciudad. Y sucedió que un varón llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos, y rico, procuraba ver quién era Jesús; pero no podía a causa de la multitud, pues era pequeño de estatura. Y corriendo delante, subió a un árbol sicómoro para verle; porque había de pasar por allí. Cuando Jesús llegó a aquel lugar, mirando hacia arriba, le vio, y le dijo: Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa” (S. Lucas 19:1-5).
Zaqueo personifica al pecador que tiene curiosidad por ver a Jesús. Él sabía que vivía una vida de pecado, pero su interés por ver al Nazareno era simplemente curiosidad. Era de origen judío, por lo tanto asistiría a la sinagoga de Jericó cada sábado. Paradójicamente, su nombre, Zaqueo, significa “honesto”. Aunque de raza judía, era un funcionario del Imperio Romano. Le cobraba impuestos exagerados a los judíos y se los entregaba a los romanos luego de sacar su parte. Él se hizo un hombre rico por medio de a la estafa y usura. Para la nación judía, Zaqueo era un traidor, renegado y vende patria. Aunque su nombre significara “honesto”, él era deshonesto y desvergonzado; condición que ya había aceptado ante la sociedad.
Él quería solo ver a Jesús. Sin darse cuenta, dio precisamente el primer paso para el cambio en la vida de todo ser humano. Muchos piensan que para encontrar el perdón necesitan cumplir una cantidad de normas, estatutos, penitencias y reglas. Van a las iglesias, cumplen con los requisitos, dan limosnas, pero no sienten paz en el corazón. Se siguen sintiendo vacíos, culpables y despreciados. El primer paso para alcanzar la paz del alma es ver a Jesús.
Pero Zaqueo tenía un problema: era pequeño de estatura, y la multitud que seguía a Jesús no le permitía acercarse a él. Durante el ministerio de Jesús, las multitudes siempre impidieron que los pecadores se acercaran a Jesús. La multitud representa esa masa de gente que está cerca de Jesús, pero que no siente ni recibe el toque transformador del Maestro. Son los espectadores de primera fila, los que ocupan el lugar de privilegio, pero cuyas vidas no cambian, y además impiden que otros se acerquen. Son los que les agrada juzgar a la prostituta, al endemoniado, al leproso, al ciego, y decirles que no son dignos de ver a Jesús.
Pero Zaqueo sabía lo que quería. Quería ver a Jesús, por eso corrió y subió a un árbol, a un sicómoro, pues Jesús pasaría por ese preciso lugar. En su amor y misericordia, el Señor había provisto ese sicómoro para que Zaqueo se subiera. Si aun los cabellos de nuestra cabeza están contados (ver S. Mateo 10:30), cómo el Creador no va a poder hacer que un sicomoro crezca. Si no hubiese estado el sicómoro, ¿qué habría pasado con Zaqueo? Desde el árbol miró acercarse lentamente a la multitud. Allí estaba Jesús. Ahora podía verlo. En realidad su aspecto no era distinto al de las demás personas. Tal vez pensó: “¿Este es el Jesús de quien tanto hablan, que tiene tanta fama? ¡Pero si es igual a los demás! ¿Por qué será que lo sigue tanta gente? No se ve nada extraordinario en él”.
En ese momento, Jesús se detuvo debajo del sicómoro, y mirando hacia arriba dijo: “Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa”.
Querido amigo, ¿puedes imaginar la escena? Había cientos de personas siguiendo a Jesús aquel día. Pero él se detuvo debajo del sicómoro por una persona. ¿Sabes una cosa? Para Jesús, Zaqueo era lo más importante que le había ocurrido ese día. Es que para Jesús tú no eres un número más. Para Jesús, las multitudes no son importantes, sino los individuos. Él sabe dónde vives, conoce tu nombre, cuánto sufres, cuán amargas son tus lágrimas y tus fracasos, conoce tus sueños hechos pedazos y sabe de tus alegrías y triunfos. Todo lo sabe. No hay excusas. Solo debes permitirle que entre en tu casa.
Tal vez Zaqueo pudo pensar: “Pero Señor, tú no lo sabes, pero yo tengo una vida muy desordenada. Todos me conocen aquí; no le va a hacer bien a tu causa si entras a mi casa. Me llamo Honesto, pero soy un traidor y ladrón; mi vida no la quiere imitar nadie. Logré éxito en base a la estafa, a la usura y a dejar de lado los dictados de mi conciencia. Yo solo quería verte… y ya está, ya te vi”.
Pero, querido lector que sigues este relato, ninguna persona que se acerca a Jesús sigue siendo la misma. Jesús no se detuvo debajo del árbol para decirle a Zaqueo lo malo y estafador que era. No se detuvo para echarle en cara todos los pecados que había cometido. No le dijo “ve, limpia tu casa, que quiero quedarme contigo”. ¡No! Lo maravilloso de Jesús es que se detuvo para decirle a Zaqueo que quería entrar en su casa. No le dio órdenes. El Maestro solo expresó su deseo. Nunca el Señor te exige que hagas primeramente tus propios arreglos para poder aceptarlo. Este es el principio de la justificación por la fe: Jesús realiza la tarea en tu vida.
La historia continúa… Jesús y Zaqueo yendo juntos a la casa. ¿Puedes notarlo? Ahora Zaqueo es la persona que está más cerca de Jesús. Ya no se habla de la multitud; ya la multitud no le impide que vea a Jesús. Jesús colocó a Zaqueo en el lugar correcto: junto a él. Es el lugar en que él quiere que tú estés: junto a él. ¡Alabado sea Dios, pues Jesús vino a este mundo a buscar a los pecadores, a los deshonestos como Zaqueo!
¿Sabes cuál era el problema de Héctor? Pensaba que “iglesia” era sinónimo de “Jesús”; y esto no es así. Héctor necesitaba bajar de su propio árbol para llevar a Jesús a su propia casa, no a la iglesia. Si tú te sientes como Héctor o Zaqueo, da gracias a Jesús: él te vino a buscar. En los Evangelios no se menciona ni una sola vez que Jesús haya rechazado al pecador arrepentido. Él dijo: “Al que a mí viene, no le echo fuera” (S. Juan 6:37).
La historia concluye con el resultado final de ese encuentro. “Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado” (S. Lucas 19:8).
Es imposible caminar con Jesús y continuar pecando. Zaqueo había iniciado ese día corriendo detrás de la multitud para ver a Jesús. Era una persona odiada, solitaria, despreciada. Sin darse cuenta, ese día había hecho la mejor decisión de toda su vida: ir a ver al Maestro de Galilea. Concluyó su día alojando a Jesús en su casa. Su vida fue transformada totalmente. Sintió por primera vez la felicidad y la paz en su corazón.
Querido amigo, ¿por qué hoy no te das esa oportunidad? Ve a encontrarte con Jesús. No te quedes escondido en el árbol de tus propios temores, remordimientos y fracasos. Él te llama, quiere morar en tu corazón ahora. Jesús no espera que te limpies primeramente para luego ir a él. No. Él quiere entrar ahora mismo en tu casa. Zaqueo se lo permitió, y su nombre cambió desde ese día. Ahora era Zaqueo, el honesto discípulo de Jesús.
Esa noche, a las tres de la mañana, Héctor entendió que lo más importante en la vida era dejar entrar a Jesús en su casa. Bajo la influencia del Espíritu Santo, esa misma noche, entre lágrimas y súplicas, limpió su casa de todo lo que era basura moral y logró la victoria. Botellas de cerveza y licor, películas y drogas fueron tiradas a la basura. Jesús se detuvo a las tres de la mañana debajo de su árbol, y Héctor respondió como Zaqueo.
Querido amigo, hoy Jesús está debajo de tu árbol, te está llamando por tu nombre para que juntos entren en tu casa. ¿Descenderás?
El autor es pastor adventista, conferenciante internacional, autor de varios libros y escribe desde Washington D.C.